jueves, 17 de junio de 2010

Errores del cientifismo

Una crítica a los burdos y toscos  argumentos del ¿científico? ateo Dawkins

Escrito de Daniel Iglesias Grézes



En este numeral citaré íntegramente y comentaré detalladamente una alocución del conocido biólogo inglés (y propagandista del ateísmo) Richard Dawkins, titulada “¿Es la ciencia una religión?”, y pronunciada en ocasión del nombramiento de Dawkins como “Humanista del Año” por la Asociación Americana de Humanismo, en 1996. La traducción de esa alocución del inglés al español es obra de Rolón Ríos, quien tuvo la gentileza de proporcionarme este texto.

Citaré el texto de Dawkins en letra itálica, intercalando mis comentarios en letra normal.
 
Están de moda los pensamientos apocalípticos sobre los peligros que se ciernen sobre la humanidad debidos al SIDA, la "enfermedad de las vacas locas", y otros. Pienso que podemos argüir lo mismo sobre la fe, uno de los grandes males del mundo, comparable al virus de la viruela, pero aún más difícil de erradicar. La fe, aquellas creencias que no se basan en evidencias, es el principal vicio de toda religión.
 
Según Dawkins, la fe es uno de los grandes males del mundo y debe ser erradicada. Esta opinión extremista y más bien trasnochada depende de una mala definición de la fe ("creencias que no se basan en evidencias") y de una falsa asociación entre la fe y el fanatismo religioso. Consideremos la religión católica, que es la mía. Ésta rechaza el fideísmo -es decir una fe que desdeña todo fundamento racional- y propone una fe basada en motivos racionales de credibilidad. La verdadera fe no es irracional sino suprarracional. Supone la razón y la perfecciona. La certeza de la fe no proviene de una evidencia, pero sí de la adhesión razonable al testimonio de otros, que a su vez proviene de una evidencia. Esta adhesión concuerda con los resultados de una reflexión sobre la realidad cósmica e histórica y sobre la propia experiencia espiritual y moral. Por lo tanto la fe tiene una garantía de verdad propia, distinta de la evidencia sensible y de la evidencia intelectual.

¿Y quién, después de ojear la Irlanda del Norte o el Oriente Medio, puede estar seguro de que el virus mental de la fe no es extremadamente peligroso? Una de las historias que oirá el joven musulmán que se suicida con sus bombas, cuenta que el martirio es el camino mas rápido al paraíso, y no cualquier paraíso, sino un apartado especial donde será cabalmente recompensado por 72 novias vírgenes. Se me ocurre que nuestra mejor esperanza será proveernos de una clase de "control espiritual de armas": enviar en teólogos expresamente entrenados la devaluación de la actual tasa de vírgenes.
 
Dawkins comete un error lógico tan común como burdo: la generalización infundada. Del hecho de que existan creyentes fanáticos no se sigue (en buena lógica) que todos los creyentes sean fanáticos. De hecho la gran mayoría de los creyentes no son fanáticos.
 
Señalados los peligros de la fe -y considerando los méritos de la razón y la observación, en la actividad que denominamos ciencia encuentro irónico que, doquiera que doy una conferencia, siempre haya alguien que avanza y dice: "Por cierto, su ciencia es una religión como la nuestra. ¿Fundamentalmente, la ciencia deviene en religión, no es así?" Bien, la ciencia no es religión, y no deviene en fe. Si bien la ciencia tiene algunas de las virtudes de la religión, por cierto no tiene sus vicios. La ciencia se basa en la evidencia verificable. La fe religiosa no sólo carece de evidencia, es independiente de ella, y hace de este hecho su orgullo y alegría. ¿Por qué otra razón critican los cristianos al dubitativo Tomás? Los otros apóstoles se nos muestran como ejemplos de virtud por causa de su fe: ésta era suficiente. Tomás, por otra parte, solicitaba evidencias. Quizás debiera ser él el Santo Patrón de los científicos.
 
Dawkins establece una distinción y una oposición entre la ciencia y la religión. La distinción es correcta: la ciencia no es una religión. Pero la oposición es falsa: la ciencia y la religión (al menos la verdadera religión) no se oponen, sino que se complementan mutuamente, refiriéndose a dos aspectos distintos de la realidad. El catolicismo reconoce la legítima autonomía de la ciencia. Sin embargo, para que de hecho no existan conflictos entre ciencia y religión, es necesario que la ciencia sea efectivamente ciencia, y no se transforme subrepticiamente en una falsa filosofía. El concepto de ciencia empleado por Dawkins abarca las ciencias particulares (matemática, física, química, biología, astronomía, etc.) y seguramente excluye la metafísica (ciencia universal). La ideología subyacente a su discurso es el cientificismo, que no se deriva en modo alguno de las ciencias particulares, sino que es una postura filosófica errónea. El cientificismo consiste en aceptar como verdadero conocimiento sólo el que surge de las ciencias particulares. Obviamente esta doctrina rechaza el conocimiento que surge de la fe. Pero la ciencia no puede demostrar que sólo existe el conocimiento científico. Éste es un presupuesto filosófico que se acepta sin ninguna evidencia. Según la definición de “fe” dada por el propio Dawkins, el cientificismo sería una especie de fe.

 Una razón por la que recibo el comentario de que la ciencia es una religión tiene que ver con el hecho de la evolución. Incluso creo en ella con apasionada convicción. Para algunos, esto puede parecerse superficialmente a la fe. Pero las evidencias que hacen que yo crea en la evolución no son sólo abrumadamente fuertes, están libremente disponibles a quienquiera que se tome el trabajo de estudiarlas.
 
Cualquier persona puede estudiar las mismas evidencias que yo estudié, y presumiblemente llegará a las mismas conclusiones. Pero si usted tiene una creencia y ésta está basada solamente en la fe, ya no puedo examinar sus razones. Usted puede replegarse tras las murallas privadas de esa fe, donde no puedo alcanzarlo.
 
Dawkins sugiere que la fe es irracional y subjetiva y, por lo tanto, incomunicable. Éste es uno de los falsos estereotipos del secularismo: la razón sería lo eminentemente público, mientras que la fe sería algo puramente privado, precisamente por su falta de racionalidad. Sin embargo, es un hecho que la fe puede transmitirse a otros, aunque no exclusivamente por medio de razonamientos lógicos, sino sobre todo por medio de una invitación a participar en la experiencia de apertura confiada al misterio de Dios, con esperanza y amor. No obstante, la razón tiene un lugar muy importante en la propuesta y la defensa de la fe. 

 En la práctica, por supuesto, hay científicos que individualmente caen algunas veces en los vicios de la fe. Algunos creerán tan obtusamente en una teoría favorita que ocasionalmente falsificarán la evidencia. Sin embargo, el hecho de que esto ocurra algunas veces, no altera el principio de que cuando se hace esto, se hace con vergüenza y no con orgullo. El método científico está diseñado de manera que usualmente detecta estos engaños en el proceso de sus búsquedas.
 

Dawkins afirma que la ciencia está libre de la fe, principal vicio de la religión. Pero en realidad ocurre que cada científico individual, debido a la finitud de las capacidades humanas, es completamente incapaz de verificar por sí mismo todos los hechos, datos, hipótesis, teorías, leyes, etc. relevantes de su ciencia particular, y mucho menos de la totalidad de las ciencias. De modo que el ámbito de la ciencia - aunque en grado menor que otros ámbitos de la vida humana- también requiere el ejercicio de la "fe humana", entendida como confianza otorgada o negada en función de un discernimiento racional de la credibilidad de los testimonios. 

 La ciencia es en la actualidad una de las disciplinas más honestas y morales del mundo. Ello es así porque la ciencia se colapsaría si no se adhiere escrupulosamente a la honestidad en el reporte de la evidencia. (Como señalara James Randi, ésta es una de las razones por la que los científicos son frecuentemente engañados por embaucadores de lo paranormal, y porque el rol de traer estos engaños a la realidad es mejor ejecutado por los magos profesionales; los científicos no anticipan tan bien la deshonestidad deliberada). Existen muchas otras profesiones (por no mencionar a los abogados específicamente), en las que la falsificación de la evidencia, o cuando menos su distorsión, son la razón de ser de ellas mismas, por ello precisamente se paga al entendido, y en ello se basa su prestigio profesional.

La ciencia, entonces, está libre del principal vicio de la religión, la fe. Pero como señalara, la ciencia tiene algunas de sus virtudes. La religión aspira a dotar a sus seguidores de varios beneficios -entre ellos, explicaciones, consuelo y elevación. La ciencia también tiene algo que ofrecer en estas áreas.

 
Dawkins afirma que la ciencia, destinada a sustituir a la religión, puede satisfacer al menos en parte las necesidades de explicación, consuelo y elevación que tienen los seres humanos. Con respecto a la necesidad de explicación, Dawkins no explicita cuál puede ser el aporte de la ciencia. Sostengo que ese aporte será siempre radicalmente insuficiente, puesto que las ciencias particulares se mueven dentro del ámbito de las "causas segundas", y por lo tanto son por definición incapaces de responder a la pregunta del hombre sobre el sentido último de la existencia. Ninguna explicación que no sea una explicación radical calmará jamás ni un ápice el hambre de sentido de la persona humana.

Los humanos tenemos verdadera hambre de explicación. Esta puede ser una de las razones principales de porqué la religión es un fenómeno universal, ya que las religiones aspiran a dar explicaciones. Emergemos a la conciencia individual en un universo misterioso,ansiando entenderlo. Muchas religiones ofrecen una cosmología y una biología, una teoría de la vida, una teoría de los orígenes y de las razones de la existencia. Al hacer esto, demuestran que la religión, en cierto sentido, es ciencia; solo que es ciencia desacertada. No caigáis en el argumento de que la religión y la ciencia operan en dimensiones separadas, y que conciernen a aspectos totalmente diferentes. Las religiones históricamente han intentado responder a preguntas que conciernen apropiadamente a la ciencia. Por ello, no se debe permitir que las religiones se replieguen del terreno en que tradicionalmente intentaron luchar. Ofrecen tanto una cosmología como una biología, que en ambos casos es sin embargo falsa.

 
Dawkins afirma que la religión en cierto sentido es ciencia, pero ciencia desacertada, dado que ofrece una cosmología y una biología falsas. En lo que respecta al catolicismo, esta afirmación es completamente errónea, ya que desestima la autonomía reconocida por la Iglesia Católica a la ciencia. Dawkins pretende ignorar este hecho fundamental e identificar a la religión en general con sus variantes fundamentalistas. Podría decirse que construye “un hombre de paja” para poder derrotarlo fácilmente. 
El consuelo es algo que la ciencia difícilmente puede dar. A diferencia de la religión, la ciencia no puede ofrecer al desolado la gloriosa reunión con sus amados en la otra vida. Aquellos agraviados en esta tierra no pueden, desde un punto de vista científico, anticipar el castigo de sus atormentadores en una vida por venir. Se puede argüirque si la idea de una vida después de la muerte es una ilusión (como yo creo), el consuelo que ofrece es vacío. Pero ello no es necesariamente así: una falsa creencia puede ser tan reconfortante como una verdadera, provisto que el creyente no descubra nunca su falsedad. Pero si el consuelo emerge tan barato, la ciencia puede ponerse con otros paliativos igualmente baratos, como las drogas que mitigan el dolor, y cuyo confort puede o no ser ilusorio, pero que funcionan.

Con respecto a la necesidad de consuelo, la argumentación de  Dawkins resulta verdaderamente patética: afirma que la ciencia puede ofrecer paliativos baratos, como las drogas que mitigan el dolor. Olvida o ignora una realidad humana básica: en último análisis, no es el dolor lo que frustra la vida de una persona, sino la falta de amor.


En la elevación, es sin embargo donde la ciencia viene a lo suyo.Todas las grandes religiones tienen su lugar para el sobrecogimiento, el éxtasis que transporta ante la maravilla y la belleza de la creación. Es exactamente este sentimiento que nos recorre el espinazo, este asombrarse que corta la respiración -esta casi adoración- este llenarse el pecho con el maravillarse extático, que la ciencia moderna puede proveer. Y realiza ello más allá de los más salvajes sueños del santo o de los embelesos místicos. El hecho de que lo sobrenatural no tenga cabida en nuestras explicaciones, en nuestro entender sobre tantas y tantas cosas del universo y de la vida, no disminuye el asombro. Muy al contrario, el mero atisbo, a través de un microscopio, del cerebro de una hormiga; o por medio del telescopio, de antiquísimas galaxias con billones de mundos, es suficiente para interpretar pausadamente y pueblerinamente los mismísimos salmos del elogio.

Con respecto a la necesidad de elevación, Dawkins sostiene que la ciencia es capaz de suscitar un asombro ante las maravillas del universo y de la vida que supera con creces "los más salvajes sueños del santo o de los embelesos místicos". Sospecho que Dawkins no está capacitado para emitir tal juicio, porque no tiene una idea cabal acerca de la experiencia religiosa, pero aun así pasaré por alto este punto. Me detendré, en cambio, en un punto fundamental: la alegría que produce la contemplación de la belleza de la creación depende decisivamente de que se trate efectivamente de una "creación". En caso contrario, el universo sólo produciría el horror de un absurdo abismal, de una vanidad completa y cruel.

 
Ahora, como dijera, cuando se me dice que la ciencia, o una parte particular de ella, como la teoría de la evolución, es sólo una religión como cualquier otra, usualmente niego esta aseveración conindignación. Pero empiezo a barruntar si no será esto una táctica equivocada. Quizás la táctica correcta es aceptar la aseveración con gratitud y demandar entonces un tiempo para la ciencia en las clasesde religión.


Cuanto más pienso en ello, mas me convenzo de quepuede hacer de esta posición un excelente caso, por lo que deseo hablar un poco más sobre la educación religiosa y el lugar que la ciencia podría jugar en ella. Siento profundamente las maneras en que los niños son educados.  No estoy muy familiarizado con la forma en que ocurren las cosas acá en los Estados Unidos, y lo que diga tiene mayor relevancia para el Reino Unido, donde el Estado legalmente obliga a la instrucción religiosa de todo niño. Esto es inconstitucional en los Estados Unidos, pero presumo que los niños en todo caso no reciben sino la instrucción religiosa que sus padres creen adecuada.

Ello me lleva al punto relativo al abuso mental de los niños. En un  número de 1995 del Independiente, uno de los periódicos líderes de Londres, había una fotografía bastante tierna y emotiva. Era tiempo Navidad, el cuadro mostraba a tres niños disfrazados de Reyes Magosrepresentando la Natividad. La historia que acompañaba al artículo describía a un niño como hindú, otro era musulmán y el otro cristiano. Supuestamente, el punto enternecedor de la historia era que todos ellos participaban de la Navidad.

Lo que no es dulce ni enternecedor es saber que dichos niños tenían cuatro años. ¿Puede usted describir a un niño de esta edad com musulmán, cristiano, hindú o judío? ¿Hablaría usted de un niño de cuatro años como economista-monetarista? ¿Calificaría a un niño de cuatro años de neo-aislacionista o de republicano liberal? Hay opiniones acerca del cosmos y el mundo que los niños, una vez  crecidos, presumiblemente podrán evaluar por si mismos.

El error básico de todo el discurso de Dawkins es el desprecio de la religión, dimensión principal del ser humano. Este desprecio conduce a Dawkins a sostener aquí una posición radicalmente inhumana: que la educación religiosa de los niños es una forma de abuso mental. La transmisión de la fe de los padres a los hijos es no sólo lícita sino incluso obligatoria desde el punto de vista moral, porque los padres tienen la responsabilidad de educar a sus hijos formándolos como personas íntegras, orientadas hacia la verdad, el bien y la belleza. Al ser el hombre un ser esencialmente religioso, una educación que prescinda de la religión o la desestimule tenderá a formar personas espiritualmente amputadas. Una educación irreligiosa es una grave desventaja, que costará mucho contrarrestar posteriormente. ¿Por qué los padres habrían de abstenerse de transmitir su fe religiosa a sus hijos, siendo que la fe es para ellos la verdad suprema, la orientación al sumo bien y la adhesión a la máxima belleza? ¿Por qué los padres creyentes habrían de privar a sus hijos del contacto con lo más valioso que tienen para darles, mientras que a la vez se les exige transmitirles conocimientos, inculcarles valores y despertarles afectos que son de mucha menor importancia (por ejemplo: conocimientos relativos al lenguaje, reglas de urbanidad, espíritu deportivo)?

 
Dawkins manifiesta también su ignorancia de la esencia de la religión al afirmar que un niño de cuatro años no puede ser cristiano como no puede ser liberal o monetarista. La fe religiosa no es comparable con una ideología política o económica. Un niño tiene conciencia del significado de su fe en la medida correspondiente a su edad y grado de madurez. La fe religiosa de un niño debe madurar, como todas sus restantes capacidades, al mismo ritmo de su crecimiento personal. Al crecer, el niño va captando cada vez mejor el significado de su fe religiosa. Sin embargo, dado que ésta no es sólo una doctrina, sino también una forma de vida, también un niño pequeño puede participar de ella a su manera.

 
En particular la religión cristiana implica una relación personal con Dios. Los padres cristianos que no educan a sus hijos en la fe les impiden conocer y amar a su Padre celestial, escuchar y seguir a su Redentor Jesucristo, descubrir y alabar la presencia del Espíritu Santo en sus propias almas. ¿Acaso aprobaríamos la actitud de una madre que no permite a sus hijos conocer a su padre o tener contacto con su mejor amigo? En un hogar cristiano, el niño podrá aprender poco a poco, en forma intelectual y experimental, que Dios es amor y que quien permanece en el amor permanece en Dios. Los padres cristianos no tienen derecho a privar al niño de esta educación.

 
La Religión es un campo en nuestra cultura en el que se acepta de manera absoluta y sin cuestionamientos -incluso sin advertir lo bizarro del asunto- que los padres tienen total y absoluta autoridad en decidir lo que sus hijos serán, qué opiniones deberán tener sus hijos sobre el cosmos, sobre la vida, sobre la existencia. ¿Pueden ver lo que intento decir al hablar de abuso mental a los niños?

Dawkins afirma que la religión se acepta de manera absoluta y sin cuestionamientos. En el sentido pretendido por Dawkins (el de una fe ciega e irracional), esto es totalmente falso. Como hemos dicho antes, el acto de fe es profundamente razonable. Sí es verdad que la fe es una  forma de certeza y por lo tanto excluye la duda. No se puede creer y dudar al mismo tiempo respecto de lo mismo. Pero no es verdad que la fe excluya todos los cuestionamientos en el sentido de que el creyente no se plantee las dificultades intelectuales de la fe. Es preciso distinguir cuidadosamente entre duda y dificultad. Como escribió John Henry Newman: “Mil dificultades no hacen una sola duda. Dificultad y duda son dos magnitudes inconmensurables”.



Dawkins comete otro serio error al afirmar que los padres tienen absoluta autoridad para decidir cuáles serán las opiniones de sus hijos sobre la existencia. Influir en las ideas de una persona no equivale a determinarla absolutamente. La educación es una influencia poderosa, pero la experiencia indica que no anula la libertad del ser humano para optar por posturas distintas a las que le fueron transmitidas. En particular la educación religiosa no es algo impuesto sino algo propuesto por medio del testimonio de los educadores creyentes (padres, docentes, etc.). El acto de fe es un acto libre. Más aún, no está en las manos de los padres la posibilidad de no influir en sus hijos. La educación neutra es un círculo cuadrado, una contradicción. Los padres influyen necesariamente en la vida de sus hijos. Sólo pueden elegir en qué sentido quieren influir: en este caso, a favor o en contra de la fe religiosa.


Incluso admitiendo (por el absurdo) que los padres pudieran llevar a cabo una educación realmente neutral en el plano religioso, los hijos estarían necesariamente expuestos a las múltiples influencias del resto del mundo, que muchas veces actuarían en un sentido contrario al deseado por los padres. Si los padres creyentes no cumplen su deber de dar a sus hijos una educación religiosa, el mundo se encargará de aprovechar rápida y concienzudamente esa omisión, llenando su vacío espiritual, probablemente con algún falso sucedáneo de la religión, como el cientificismo u otros mil.


Viniendo ahora hacia los varios aspectos que la educación religiosa debiera lograr, una de sus metas podría ser la de alentar a que los niños reflexionen sobre las profundas preguntas de la existencia, el invitarlos a elevarse por sobre las monótonas preocupaciones de la vida cotidiana y pensar "sub specie aeternitatis".


La ciencia puede ofrecer una visión de la vida y el universo que, como ya remarcara, a más de humillada inspiración poética, supera con mucho a las muchas y mutuamente contradictorias fes y decepciona las tradiciones recientes de las religiones del mundo. Por ejemplo, ¿cómo podrían los niños de las clases de religión no ser inspirados si les proporcionamos un atisbo acerca de la edad del universo? Supongamos que, en el momento de la muerte de Cristo, esta noticia fuera radiada al Universo, a la máxima velocidad posible. ¿A qué distancia habrá viajado esta terrible nueva hasta este momento?


Siguiendo la teoría de la relatividad especial, la respuesta es que esta noticia no puede, bajo ninguna circunstancia, haber alcanzado mas allá de una cincuenta-ava parte de su viaje a través de nuestra galaxia -ni una milésima parte de su viaje a la galaxia más cercana de una de las 100 millones de galaxias conocidas. Este universo inmenso no es posiblemente otra cosa que indiferente a la muerte de Cristo, su nacimiento, su pasión y su muerte. Incluso la noticia de la aparición de vida en este planeta habría viajado sólo a través del pequeño grupo local de galaxias. Sin embargo este evento es tan antiguo, en nuestra escala terrena de tiempo, que si representamos su longitud por nuestros brazos abiertos, toda la historia humana, toda su cultura, serían un grano de polvo en la punta de nuestros dedos.


Dawkins afirma que nuestro inmenso universo es indiferente al nacimiento, la pasión y la muerte de Cristo, porque en dos mil años esta noticia no puede haber viajado muy lejos en términos cósmicos. Asignar un sentimiento de indiferencia al universo es un burdo antropomorfismo. Sólo pueden ser indiferentes las personas, seres dotados de razón, libre albedrío y capacidad de amar. No hay ninguna evidencia ni ningún argumento sólido que demuestre la existencia de personas en el universo material fuera de nuestro planeta. Por lo tanto no hay razones para pensar que hay allí nadie que pueda ser indiferente a la Pascua de Cristo, ni a cualquier otra cosa.


Además, el misterio pascual, centro de la fe cristiana, no incluye sólo la muerte de Cristo, sino también su resurrección y ascensión al cielo. La naturaleza humana de Cristo resucitado -por no hablar de su naturaleza divina- ya no está limitada por el espacio y el tiempo, sino que participa de la misma trascendencia e inmanencia de Dios. El argumento del diseño, una parte importante de la historia de la religión, no puede ser ignorado en mis clases de educación religiosa.


De más está decirlo, se pedirá a los niños que vean las fascinantes maravillas de los reinos vivientes y que consideren el darwinismo al lado del creacionismo, como alternativas, y elaboren sus propios criterios. Pienso que los niños no tendrían mayor dificultad en seguir la senda correcta, provisto que se les suministren las evidencias del caso. Lo que me preocupa no es la cuestión del tiempo equivalente al estudio de la ciencia y de la religión, si no que, y hasta donde puedo ver, los niños del Reino Unido y de los Estados Unidos no disponen esencialmente de tiempo alguno para conocer los aspectos de la evolución, pero ya se les instruye en el creacionismo (sea en el colegio, en la iglesia o en casa).


Dawkins opone el evolucionismo al creacionismo. Se trata de otra falsa oposición. Lo opuesto al evolucionismo no es el creacionismo, sino el fijismo: la doctrina que afirma que cada especie surgió por separado y se mantuvo fija, sin evolucionar. Lo opuesto al creacionismo no es el evolucionismo sino cualquier doctrina que niegue la creación (por ejemplo, el materialismo). Dios es tan capaz de crear un universo fijo como uno evolutivo. Incluso podría decirse que un universo evolutivo sugiere con mucha más fuerza la idea de creación que un universo fijo.


Sería también interesante enseñar más de una teoría sobre la creación. La dominante en nuestra cultura se basa en el mito judío, el cual tiene sus orígenes en el mito creacionista babilónico. Existen, por supuesto, montones de otros mitos, a los que quizás habría que dedicar igual tiempo (salvo que ello posiblemente ya no nos daría tiempo para estudiar ninguna otra cosa). Entiendo que hay hindúes que creen que el mundo fue creado a partir de una mantequillera cósmica y poblaciones nigerianas que creen que el mundo fue creado por Dios con excremento de hormigas. Seguro que estas historias tienen tanto derecho de tener un tiempo de estudio similar al del mito judeocristiano de Adán y Eva.


Dawkins pretende confundir a los niños mediante el relativismo cultural, atiborrándolos de doctrinas de diferentes religiones sobre el origen del universo, con la esperanza de que esas doctrinas contradictorias se anulen las unas a las otras. La idea que se pretende transmitir es que todas las religiones tienen igual valor y que ese valor, en última instancia, es nulo.


Suficiente para el Génesis, pasemos a los profetas. El cometa Halley retornará ineluctablemente en el año 2062. Las profecías tanto bíblicas como délficas no aspiran a semejante exactitud; los astrólogos y nostradámicos no osarían cometer por sí mismos estos pronósticos factuales, si no más bien, camuflar su charlatanería con el manto ahumado de la ambigüedad. Cuando aparecían los cometas en el pasado, eran usualmente tomados por portentos de desastres. La astrología ha jugado un papel importante en varias tradiciones religiosas, incluido el hinduismo. Los tres reyes magos que mencionara antes se dice que fueron guiados a Jesús por una estrella. Podríamos preguntar a los niños por cuál ruta física se imaginan que la alegada influencia estelar puede viajar de manera que pueda influir en los asuntos humanos.


Yo me tomo la astrología muy en serio por cierto. Pienso que es profundamente perniciosa porque mina nuestra racionalidad, por lo que me gustaría ver campañas en su contra.


Coincido con Dawkins en su condena a la astrología. La magia y la superstición son formas degeneradas de la religión, que la Iglesia Católica rechaza con energía. Pero es una gran tergiversación identificar a los profetas bíblicos con los adivinos de las religiones paganas. La función del profeta bíblico no es adivinar el futuro, sino transmitir la Palabra de Dios.


Cuando la clase de religión se torne hacia la ética, no creo que la ciencia tuviera mucho que decir, por lo que la reemplazaría por la filosofía moral racional. ¿Piensan los niños que existen normas absolutas del bien y del mal? Si es así, ¿de dónde provienen? ¿Pueden construir buenos principios de lo que es correcto o equivocado, como "haz como quisieras que te hicieran" o "el mayor bien para el mayor número" (lo que fuera que ello quiera significar)? Es una pregunta recompensadora, cualquiera que sea su moral particular, el preguntar a un evolucionista de dónde proviene la moral, por qué vías el cerebro humano ha ganado su tendencia a tener ética y moral, a sentir lo bueno y lo malo.


¿Debemos valorar la vida humana por encima de otras vidas? ¿Existe una rígida pared en torno a la especie homo sapiens, o debemos hablar sobre si existen otras especies que merecen nuestras humanísticas simpatías? ¿Debemos, por ejemplo, seguir los postulados de los partidarios del derecho a la vida que, totalmente preocupados por el valor de la vida humana, valoran la vida de un feto humano con las facultades de un gusano por sobre la vida de un ser pensante y con sentimientos como un chimpancé? ¿Cuál es la base del muro que hemos erigido en torno a nuestra especie -incluso alrededor de una pequeña pieza de tejido fetal? ¿Cuándo, en nuestro origen evolutivo desde nuestro ancestro común con los chimpancés, se erigió súbitamente este muro?


Dawkins pretende sustituir la moral basada en la religión por una “filosofía moral racional”. La Iglesia Católica afirma la existencia de una ley moral natural que es cognoscible por medio de la razón, pero a la vez sostiene que Dios reveló también verdades naturales (por ejemplo las normas morales del Decálogo) a fin de que todos los hombres pudieran conocerlas con facilidad, con certeza y sin mezcla de error. Por lo tanto la fe, a la vez que fortalece el fundamento de la ley moral, permite profundizar su conocimiento.


Por otra parte, las preguntas que plantea Dawkins y la tendenci general de su pensamiento nos llevan a sospechar que su filosofía moral tendría serias dificultades para establecer normas morales absolutas. Por ejemplo, la pregunta de Dawkins sobre el derecho a la vida encierra dos afirmaciones inaceptables: Un feto humano no es una “pieza de tejido fetal” ni tiene “las facultades de un gusano”, sino que es un ser humano, con las facultades propias de un ser humano en una etapa incipiente de su desarrollo, las que incluyen potencialmente todas las facultades desarrolladas de un hombre adulto normal. Esta afirmación de Dawkins es lo más alejado del método científico que dice defender, ya que es precisamente hoy, con los avances cientificos actuales, más evidente la existencia de vida humana desde el primer momento de la concepción. Dawkins no hace ascos, para usar un mito pseudo ciéntifico en provecho de su ideología. 


Además, un chimpancé no es un ser pensante y con sentimientos, a menos que se definan el pensamiento y los sentimientos de una forma suficientemente rastrera como para incluir en una misma bolsa a personas y animales.


Estas preguntas de Dawkins suscitan serias dudas sobre su pretendido “humanismo”. En el fondo, ese “humanismo” no es más que un “animalismo”.


Bien, moviéndonos de las morales a la escatología, sabemos por la segunda ley de la termodinámica que toda complejidad, toda vida, toda risa, toda pena, está condenada al final a la fría nada. Ellos, y nosotros, no somos sino rizos temporales del resbalón universal hacia los abismos de la uniformidad.


En esta introducción a su "escatología científica", Dawkins afirma que “toda vida, toda risa, toda pena está condenada al final a la fría nada”. Una vez más observo cómo el autor se desliza subrepticiamente de una afirmación científicamente fundada a un cientificismo ilegítimo.


El hecho de que las leyes naturales aparenten condenar al universo material a una "muerte total" no autoriza a la ciencia a negar que la persona humana, que no es sólo materia, esté llamada a un destino trascendente.


Sabemos que el universo se expande y que probablemente se expanda por siempre. También es posible que se contraiga nuevamente. Sabemos que, sea lo que sea lo que le pase al Universo, nuestro sol nos engullirá dentro de unos 60 millones de centurias. El mismísimo tiempo empezó en un determinado momento, y el tiempo terminará en un cierto momento -o puede que no. El tiempo puede terminar localmente en unas implosiones locales llamadas agujeros negros. Las leyes del universo parecen ser las mismas en todo lugar del mismo. ¿Por qué? ¿Cambiarán las leyes en estas implosiones? Para ser verdaderamente especulativos, ¿podrá el tiempo emerger nuevamente bajo un conjunto diferente de leyes?; ¿con otras constantes físicas? Incluso se ha sugerido que puedan existir otros universos, unos totalmente aislados de los otros, por lo que para uno de ellos, los otros no existen. ¿Existirían selecciones darwinianas en tales universos?


Éste es otro recurso desesperado del ateísmo actual. Hoy se conoce un fascinante conjunto de hechos que ha dado en llamarse “principio antrópico”. Esencialmente, éste consiste en que el universo está construido con base en unas cuantas constantes físicas (la constante de la gravitación universal, la carga del electrón, la constante de Planck, la constante de Boltzmann, etc.) tan finamente ajustadas entre sí que una variación pequeñísima en cualquiera de ellas haría imposible el magnífico orden del cosmos y, por supuesto, la vida en la Tierra. El “principio antrópico” es un fortísimo indicio de que el universo es el fruto de un diseño inteligente.


Para eludir esta conclusión, pensadores ateos como Dawkins suponen gratuitamente que existen infinitos universos y que nuestro universo es sólo uno de ellos, uno donde, por pura casualidad, se ha dado una sintonía finísima de las constantes físicas fundamentales, que permite en definitiva la existencia del ser humano.


La ciencia puede entonces dar una buena cuenta de sí misma en la educación religiosa, pero no sería suficiente. Creo que la familiaridad con la Biblia es importante para cualquiera que pretenda entender las alusiones que aparecen en la literatura inglesa. La Biblia dispone de páginas en el Diccionario Oxford de Citas. Sólo Shakespeare tienemás. Pienso que no tener ninguna educación bíblica en esta situación sería desafortunado. Los niños desean leer la literatura inglesa y entender la procedencia de muchas frases como "toda carne es pasto", "la carrera no es para el ligero", "llorar en el desierto", "cosechar ciclones", "ciego en Gaza", "confortadores de Job", o "la viuda negra".


A esto se reduciría el estudio de la religión en un mundo cientificista: al estudio de una reliquia del pasado, sin la cual no se podría comprender las culturas de etapas menos avanzadas de la evolución del hombre.


Retornemos ahora hacia el cargo de que la ciencia es sólo fe. La versión más extrema de este cargo -y una que encuentro tanto como científico cuanto como racionalista- es la acusación de fanatismo y sectarismo en los científicos, tanto como el que se encuentra en la gente religiosa. Algunas veces puede haber un poco de justicia en estas acusaciones, pero como fanáticos y sectarios, los científicos son simples amateurs del juego. Nos agrada argüir con aquellos que nos disienten. No los matamos.


Dawkins insinúa aquí una superioridad moral de los científicos con respecto a la gente religiosa. Parece no tener en cuenta que, si bien la ciencia es una actividad noble (como la política, por ejemplo), los científicos son seres humanos como los demás, tan expuestos al egoísmo y las pasiones como todos ellos (por ejemplo, como los políticos). De hecho los científicos han actuado a menudo de forma inmoral, por ejemplo desarrollando armas nucleares, químicas  y bacteriológicas, realizando experimentos médicos aberrantes, intentando crear técnicas de manipulación genética que atentan contra la dignidad humana (por ejemplo, la clonación), etc. Los científicos no escapan a la "ley de la culpabilidad universal", que es casi la comprobación empírica del dogma del pecado original. De modo que los científicos también han causado la muerte de unas cuantas personas; en el siglo XX, sin duda más que los creyentes.


Además, de forma deshonesta, Dawkins sugiere que la forma típica en que un creyente trata a un disidente es el homicidio.


Pero me gustaría negar el cargo menor, relativo al fanatismo puramente verbal. Hay una gran, pero gran diferencia entre sentir fuertemente, y aún apasionadamente lo que nos parecen verdades aprendidas desde la evidencia, y examinadas por medio de ella, a sentir lo mismo porque se nos reveló internamente, o se reveló internamente a algún otro en la historia, y consagró por la tradición. Hay toda la diferencia del mundo, entre creer lo que uno está preparado para defender citando evidencias y utilizando la lógica, y creer lo que no se sustenta más que en la tradición, la autoridad, o la revelación.


Al final de su discurso, Dawkins vuelve a su idea inicial: el ámbito de la racionalidad coincide con el de la ciencia y la religión es algo puramente irracional.


Richard Dawkins tiene un estilo literario atractivo y de cierto brillo, pero en el fondo es un pensador muy superficial. No es sorprendente que haya sido nombrado "Humanista [ateo] del Año". Esto es una señal más de las grandes y crecientes dificultades intelectuales que enfrenta la filosofía atea.

martes, 15 de junio de 2010

Continua la apostasía de algunos clérigos



Traemos aquí, por su interés, una crónica en clave irónica de unos hechos acaecidos en una parroquia de Bs. As. Argentina, que nos muestran como algunos pastores se han convertido en mercenarios, añadiendo más heridas al sagrado Corazón de Jesucristo ¡ Que Dios les perdone sus sacrilegios! El artículo está copiado integramente de la web http://panoramacatolico.info/obispo/mons-jorge-bergoglio-sj, que hace la denuncia y cuyo título es el sacrificio del P. Panaro

El domingo de la solemnidad de Corpus Christi, el P. Panaro se acercó subrepticiamente a la procesión que habían organizado los fieles de una capilla de su parroquia (Santa Francisca Javier Cabrini, muy cerca de la Basílica de San José de Flores, Argentina, una importantísima parroquia, muy tradicional). 
 
Aparentemente, la intención del P. Panaro era corroborar con sus propios ojos las prácticas abusivas de sus fieles más particulares.

Sí, porque los asistentes a la misa dominical de la Capilla del Sagrado Corazón están sospechados de cometer abusos litúrgicos. Y de hecho el paciente párroco lo comprobó y fue tal la indignación que no esperó siquiera a que terminara el canto de alabanza a la Virgen y a grito pelado interrumpió los rezos.
 
No era para menos: los fieles de esta capilla, que fue recuperada por ellos del abandono y puesta al servicio del culto divino desde hace cuatro años, no solo rezan la misa en latín, sino que cantan gregoriano, comulgan de rodillas y para colmo de abusos –y no es la primera vez que ocurre- el domingo de la solemnidad de Corpus Christi, llevaron el Santísimo bajo palio por las calles del barrio, exhibido en una magnífica custodia.

Por supuesto, altar, ornamentos, misales, palio, custodia... cura... en fin, todo menos el salón, lo pusieron los fieles, pero eso no los justifica.
 
Tampoco a los sacerdotes que, domingo a domingo, se acercaron a rezar la misa, confesar y aconsejar paternalmente a los fieles. Lo importante es estar “abiertos a la comunidad” como estará esta capilla de ahora en más, puesto que ya no se rezará una misa por domingo, sino una cada cuatro... sábados... y veremos si llega a tanto la frecuencia.
 
Porque estos cerrados católicos de Tantum ergo y “alabado sea el Santísimo”, para disimular su cerrazón a la comunidad, salieron a la calle a dar culto público a Nuestro Señor Sacramentado, y hasta lograron engañar a muchos vecinos, quienes conmovidos por una ceremonia que desde hacía mucho no se veía en el lugar, se persignaban y acompañaban a los fieles con saludos, y muestras de simpatía. ¡Hay que tener mala uva para engañar a los pobres vecinos de esa manera, haciéndoles creer que se trataba de un grupo abierto a la comunidad! Inclusive, para disimular su cerrazón, cada vez que alguien se acercaba a las misas, lo recibían con toda cordialidad. A veces el engaño llega a lo sutil.
 
Gracias a Dios, el P. Panaro, nuevo párroco de Santa Francisca Javier Cabrini, tuvo el coraje de interrumpir la ceremonia, gritarles cuatro verdades tales como “desde hoy se acabó la tradición”, y otras que, de no tenerlas testimoniadas por registros diría que han exagerado sus apologístas.
 
El P. Panaro es un hombre virtuoso. Es verdad que tuvo que abandonar su congregación por no sé que lío de faldas. Pero es que las faldas hacen toda clase de líos. ¡Qué culpa tiene el pobre sacerdote! Las mujeres siempre meten bulla. Especialmente si son jóvenes estudiantes secundarias.
 
Tampoco hace al caso recordar cuando en su anterior parroquia lo llamaban “el destructor de Talar” por su hábito de arrancar de la iglesia todo lo que podía y reemplazarlo por otras cosas: imágenes, vitrales, confesionarios... hasta una imagen de la Virgen puso en la calle para que se la llevaran los recicladores de trastos viejos. Pero la oposición, que nunca falta cuando el cura tiene ímpetu y proyectos, puso a salvo esa imagen, con la complicidad de un cura viejo. Ni es culpa del P. Panaro que a los confesionarios nuevos los fieles le digan “los mingitorios”. La malicia de los porteños es proverbial.
 
Bueno. Tampoco corresponde aquí mencionar el caso de la compra del terreno aledaño a la parroquia, perteneciente a un tradicional club. Ahí sin duda habrá tenido que aprobar el Sr. Cardenal, porque ¿de donde iba a sacar el P. Panaro los 280.000 dólares que pretendía entregar a los dueños de ese solar casi como para hacerles un favor? Ellos insisten en que vale mucho más, pero eso dicen todos los propietarios, especialmente si tienen recuerdos nostálgicos porque han pasado varias generaciones de ellos parte de su vida en ese club barrial. ¿Para qué queremos un club barrial, me quieren decir? Tampoco es que se pretendiera usar a la Iglesia para una especulación inmobiliaria, como afirman los insidiosos que nunca faltan.

Lo cierto es que el P. Panaro, - a pesar del recurso de estos fieles cerrados al Arzobispado, los superiores del P. Panaro no abrieron la boca y la capilla se cerró- digo, el P. Panaro tomó el toro por las astas, puso fin a este oscuro período y colocó un cartel en la puerta de la capilla desmantelada, anunciando que en el futuro todo el mundo iba a poder participar de las misas (bueno, no dijo misas, pero esa es la idea). No como antes, que solo iba el que quería. Ahora va a ir todos a una comunidad abierta, ¡que tanto!
 
A veces ser párroco implica sacrificios. Pero Dios, que nada olvida, los recompensará según el merecimiento de cada uno. Los fieles cerrados, que aprendan. Además son una minoría. -70, 80 personas- que cantaban el gregoriano, y respondían en latín y comulgaban de rodillas. ¡Qué es esto en una ciudad donde no va a misa ni el 5 % de la población?
 
No hay que perder la esperanza. Con hombres como el P. Panaro la Iglesia verá su primavera muy pronto..."

sábado, 22 de mayo de 2010

Respuesta a una carta insolente


Respuesta a la carta abierta de Antonella Carisio y otras, al Papa
De la lectura de su carta abierta en defensa de las barraganas, dirigida a Bendicto XVI, me llaman especialmente la atención sus pretensiones de apoyar sus criterios en autores como Eugen Drewermann, que como sabrá, luego de habérsele prohibido el ejercicio de su ministerio sacerdotal por sus muchos pronunciamientos heréticos: negar la historicidad de la Ultima Cena, entre otros, se declaró a sí mismo fuera de la Iglesia católica en una entrevista pública ¿dónde? En la televisión alemana, ejemplo de servicio a Cristo y a la Iglesia, como todo el mundo sabe; espero que perdone mi ironía. Por lo tanto, no me parece muy inteligente, sino más bien torpe, argumentar sus intenciones de cambiar la disciplina de la Iglesia, usando el discurso de quien se proclama fuera de esa ésta.

Sin embargo, aunque de inmediato sobresale esta carencia de pericia para defender su falso silogismo, no es lo más errado de su escrito. Usted ignora que la verdad no se puede definir desde el sentimentalismo, porque si así fuera, se destruiría la posibilidad de conocerla. Su forma de pensar, muy generaliza hoy, parte de que hay tres tipos de juicios: los justos, los injustos y “los que satisfacen la afectividad humana”. Pero esto es uno de los yerros que caracterizan nuestra civilización, adherido también a su mente,por lo leído, porque una relación no es justa por el simple hecho de saciar su emotividad, sino que la satisfacción será justa o injusta, dependiendo de su fin último trascendente. Todo pensamiento, todo sentimiento, todo acto, toda omisión, sólo tiene dos posibilidades en términos de justicia: o es justo o es injusto y nada más. El cristianismo no conoce ese término medio, tan común en esta sociedad que adormece la conciencia del pecado, como si fuera una especie de limbo entre lo verdadero y lo falso. Naturalmente, no les hablo del juicio humano, porque ya la historia, especialmente la contemporánea, ha demostrado su imposibilidad de cumplir la mínima exigencia de justicia, sino del divino: la salvación a la que todo sacerdote - y todo laico, incluida usted- está orientado.

Usted plantea el enamoramiento, como si esa excitación fuera una especie de fuerza irresistible, donde nada tuviera que ver la voluntad; pues bien, veamos esta falacia desde un punto de vista teológico primero, si es que usted y sus camaradas se consideran católicas, cuestión que es lícito preguntarse a tenor del avalista de sus garabatos: el apostata Eugen Drewermann.

Es obvio su desapego a la doctrina de la gracia de la Iglesia; en virtud de este dogma, ningún hombre está obligado al pecado y aunque nuestra más difícil circunstancia nos incline a él, no tiene sobre nosotros un poder determinante, “porque lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios” (Mt 19,26); con la ayuda de su gracia, siempre podemos vencer cualquier acto hacia el que nos escore la concupiscencia de nuestra esencia. Él jamás permite que seamos tentados por encima de nuestra fuerzas. Es decir, nunca podrán perjudicar la salvación eterna de un hombre, ni el dolor producido por las injusticias humanas, ni el sufrimiento causado por la naturaleza, pues hay una diferencia infinita entre la pena que soportamos y la inconmensurable recompensa de Dios, como nos dice el Apóstol de los Gentiles: “Estos padecimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8, 18)

Esto es otra verdad revelada: la aceptación de nuestra cruz coopera con la gracia para crear un caudal copioso de salvación: “Porque nuestra tribulación momentánea y ligera va labrándonos un eterno peso de gloria cada vez más inmenso” (2 Cor 4,17). Ocurre con más frecuencia de la deseada en la mentalidad de nuestro tiempo y de ella está impregnada su misiva, que renegamos del Calvario y nos escandaliza la Cruz, inventándonos un Cristo melifluo, que nada tiene que ver con el Hijo de Dios que se ofreció en oblación por nuestros pecados. Ustedes acusan a la Iglesia porque les recuerda esta doctrina de siempre: nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Cor1,18-23).y porque les resulta insoportable hasta la misma idea de renunciar a sus goces, sabiendo, como saben, que Él nos dijo: mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. (Mt 11, 30) Sin embargo, ahí donde parece haber sólo fracaso, dolor, derrota, precisamente ahí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la Cruz es expresión de amor. Esto me recuerda a una persona que se presentó con muchas quejas ante el tribunal divino porque se le habían dado dos cruces, en vez de una como a todos los demás. El Padre se quedó pensativo un instante ante tanta desazón, recordando el momento de la eternidad donde fue pensado el enjuiciado. Pero Yo sólo te di una cruz, respondió el Creador. No, No, protestó de nuevo aquel insolente, tirando las dos cruces al suelo, con ánimo de hacerle evidente a Dios las pruebas ¿Lo ves? Son dos, dijo irritado. Entonces Dios recogió las dos cruces del suelo y observándolas con detenimiento, le respondió: Yo sólo te dí ésta, que consistía en una leve cojera, para que la hermosura de tu cuerpo no despertará en ti una magna vanidad y así pudieras entrar en mi gloria; era muy fácil de llevar. La otra, te la buscaste tú mismo, pues no te envié yo a la tierra cargado con ella, pero bebiendo en exceso tanto alcohol cada fin de semana, te creaste una dolorosa y mortal cirrosis. La moraleja resulta evidente, porque uno podría estar dispuesto, incluso, a aceptarle, que de la frecuencia de la conversación, un tanto atolondrada, pudieron surgir unos sentimientos, que jamás debieron concretarse en un ayuntamiento carnal. Nadie duda que si hubieran cooperado con la gracia,otorgada con generosa suficiencia para vencer la tentación, negándose a dar ocasión al pecado, hubieran cargado con un dolor durante un tiempo, pues no hay mal que cien años dure..., hasta que las emociones se desvaneciesen mediante la obediencia a sus voluntades castas. Es hasta posible especular con el pensamiento de que esa cruz suave y temporal la permitiera el Señor, a la vez que les entregaba muchos más dones para sobrellevarla, a fin de que adquirieran un bien mayor. Pero de ninguna manera es una cruz el sufrimiento que dice padecer por no poder fornicar, sino a escondidas. Usted y sus camaradas están diciendo que sufren porque tienen que mantener oculto su pecado. Es decir, ni tienen dolor de los pecados, ni propósito de enmienda y lo que reclaman es misericordia para seguir pecando con el beneplácito de la comunidad. Esa piedad no es la Jesús. El Cristo verdadero, el Jesús del Evangelio es, sí, misericordioso, pero con el contrito y humilde de corazón.”¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más»” (Jn 8,11). Ustedes quisieran un Jesús que les dijera: Tampoco yo te condeno, puedes seguir fornicando; sin embargo ese Jesús no está en ninguna parte de las Sagradas Escrituras; ese maestro al servicio de su propio hedonismo no es Cristo, el Hijo de Dios, sino una inecorrocible caricatura que su imaginación calenturienta ha dibujado con barba.

Ahora veamos ese mito de nuestra época denominado enamoramiento, desde una perspectiva psicológica y en el cual está fundamentada su peregrina argumentación. Porque efectivamente, muchos caemos en el pecado de la fornicación o el adulterio -porque si algunas de ustedes está casada o separada cometen adulterio- por sostener el siguiente equívoco: El amor nada tiene que ver con una decisión. Sin embargo, la cadena que nos ata a este frágil ídolo con pies de barro, se forja de esta manera: Alguien nos agrada y halaga nuestra virilidad o feminidad mediante la conversación, aún con ausencia de cualquier pensamiento obsceno. Al mismo tiempo, nos gozamos en esa sensación aparentemente inocente y deseamos repetirla en nuestro espíritu una vez más. Pero si vivimos internamente, es decir, si nuestro pensamiento no está obnubilado por el ensordecedor ruido del mundo y somos honestos escuchando nuestra conciencia, deberíamos de admitir que ese goce sensual -no estoy hablando aún de practica sexual alguna- está comprometiendo mi estado y el del otro, en este triste caso un sacerdote célibe. Por lo tanto, no me es lícito proponerme buscar una nueva ocasión, con el objeto de volver a sentir lo mismo. 

Sucede a menudo que la voluntad es una veleta y buscamos argucias para un nuevo encuentro, tal vez fortuito, o no tanto. A la sazón, esta clase de pensamientos o parecidos pueden ser corrientes: “¿Dónde me dijo que tomaba café? ¿Cuándo dijo que volvería por tal o cuál lugar? ¿A qué hora está solo en la sacristía?” Con este tipo de acciones mentales estamos decidiendo iniciar una relación. Pero sin embargo, aún tenemos el poder y la libertad para truncar desde el mismo origen algo peligroso.

Más si no lo hacemos, buscaremos la oportunidad de otra coincidencia, quizá a través de una tertulia, reunión o mediante algún tropiezo nada casual, en una esquina y hora archisabidas. Según el caso, es probable que incluso pensemos que esta segunda vez no hemos sido muy afortunados, porque siendo aún al comienzo de la deriva, nos suele obligar nuestra cortesía a compartir estos deleites con otros amigos o compañeros suyos o nuestros. Sin embargo y a pesar de la multitud, la emoción ha sido igual de grata o mayor; en general más grande, porque pareciéndonos cicatera nuestra alícuota parte de dicha, aguzamos nuestro ingenio para captar su atención en medio de otras voces rivales y así aumentamos nuestro deseo.

Tras esa segunda o tercera vez, según la disposición y experiencia de cada cual o la falta de vergüenza, suspiramos por una mayor intimidad. Tan fuerte es este anhelo, que mientras charlamos, nuestra mente no para de buscar el momento propicio para proponerle una cita a solas, incluso usando el motivo de una solicitud de guía espiritual . Al mismo tiempo, tampoco cesamos de elaborar frases graciosas e ingeniosas para caerle simpática. Pero hacemos todo esto sin cruzar una imaginaria frontera, que desesperadamente tratamos de ubicar en algún sitio, pues de ninguna manera deseamos pasarnos de la raya y ser descubiertos o espantar la pieza de caza; ni queremos quedarnos cortos, ni pasarnos de largo. Todavía puedes detenerte, mas si no quieres hacerlo, vas abocada a la fornicación o al adulterio, según el caso, rodando en tu caída con una aceleración creciente.

Al fin los dos solos, sin amigos estorbando como moscones y con certeza, más acicalada y perfumada que de costumbre. Qué duda cabe que también con los dientes más limpios y más fresco el aliento. Durante ese rato vas conociendo nuevos rincones seductores de su alma, mientras que a tu “partenaire” le habrás abierto de par en par las puertas de la tuya. 

Cuando vuelves al hogar te sientes en las nubes y sólo quieres recostarte como huraña en tu lecho, sin que nadie te moleste. Si no te es posible, buscarás otro espacio privado, tal vez te recluyas en el baño o en cualquier otro lugar de la vivienda, para que ni tus hijos ni tu cónyuge, si lo tienes, nublen ese instante de dicha e interrumpan tus pensamientos. Así confinada en ti misma, desatarás a la “la loca de la casa” para regodearte en la fantasía. De esta suerte incumples tu pacto, si estás casada o separada, y en cualquier caso,las obligaciones de tu estado; pero puedes cortar aún esa cadena, porque sus eslabones todavía son endebles. Mas piensas: “Pero ya hemos quedado de nuevo a tal hora de tal día ¿Cómo voy a faltar a mi palabra, si además no hago nada malo; aún ni siquiera he rozado su mano?” ¡Qué infeliz! Digo infelices, desdichados y desdichadas, porque este mecanismo es común a los hombres y mujeres, todos aquellos preocupados por el incumpliendo de una cita de ese calibre, mientras faltan gravemente a su casto compromiso y tientan a los del sacerdote a incumplir los suyos; o viceversa, si son ellos los que toman la iniciativa.

A estas alturas, cómo podemos alegar en nuestra defensa súbito enamoramiento, si paso a paso hemos decido, sí, decidido digo, despertar esa pasión ¿Cómo podemos argüir candidez o inocencia? No hay tal; porque es una prueba en nuestra contra, que también resolvemos ocultar este desorden a los demás desde el principio, al resultarnos imposible rebatir sus posibles reproches, pues la Luz deja al descubierto toda perversidad; y no lo podemos impugnar, por la sencilla causa de sentirnos culpables. No puede evitarse que un pajarito o mal pensamiento pase por nuestras mentes, pero lo que si se puede evitar es que este pajarito haga nido y ponga huevos”.Lo que le estoy diciendo, en síntesis, es que tanto ustedes, como esos sacerdotes, tomaron una decisión de enamorarse y de permitir que se albergaran unas emociones ajenas a su fin último: la salvación de sus almas. Ustedes sabían que dejar crecer esos sentimientos cuando aún eran una semilla, es decir, antes de convertirse en barraganas o concubinas, era ilícito; lo sabían porque su conciencia no pudo callar y por eso ocultaron a los demás sus incipientes emociones, que ahora quieren ensalzar a la categoría de un derecho natural y hasta canónico.

Pero hay tres buenas noticias: La primera es que El Señor les ofrece su perdón ahora mismo, si se arrepienten e intentan sinceramente no pecar más. La misericordia de Cristo es actual. La segunda: La misericordia del Señor es paciente , pues sus longevas vidas, dones que no proceden de la soberbia de los hombres ni de la tecnología, sino sólo de Dios, se les ha regalado a fin de que puedan aceptar algún día su salvación y se arrepientan, aunque sea en su último suspiro, como el buen ladrón. La tercera: la misericordia de Dios es eterna, incluso con los condenados, pues éstos no son rechazados por alguien externo sino por su propia conciencia, según nos dice San Pablo: “Por cuanto les da testimonio su conciencia y sus razonamientos, acusándolos o excusándolos recíprocamente” (Rom 2,15). También Dante observa como los condenados muestran una gran ansia y deseo de lanzarse a la pena y nos narra :” y prontos son a atravesar el río, porque el juicio eterno los espolea y les muda el temor en ansia y brío”. Sabiamente lo dice Santa Catalina de Génova: “si el alma no encontrase en este punto esa ordenación procedente de la justicia de Dios, quedaría en un infierno mayor que cualquier otro, por encontrarse fuera de ella”. Cito por ultimo a un teólogo, paisano suyo, Romano Amerio: “bajo este aspecto, el infierno es también una obra de misericordia. Que la impaciencia por entrar en la perdición prevalezca sobre el terror al tormento es la prueba última de que el fin del hombre está más allá del hombre: es el orden del mundo.”

No me voy a extender, sobre el vulgar prejucio que esgrime a la hora de juzgar en su carta las causas históricas que han motivado a la Iglesia a establecer la disciplina del celibato. Para ello le remito a la historia; a la verdadera historia, muy distinta y alejada de los tópicos en que envuelve su texto [Le recomiendo, eso sí, que lea los cánones del Concilio de Elvira(S.IV); el Codex canonum Ecclesiae Africanae del año 390;Las cartas del Papa Siricio al obispo Himero y a los obispos africanos del año 386, etc., para la Iglesia de occidente. Para la de Oriente, el testimonio de Epifanio de Salamis en el año 315, el canon tercero del Concilio de Nicea, la capitulación sobre el celibato en una única parte de Oriente, en fecha ya bastante tardía,año 691, en el sínodo Trulanum II, etc.] . Pero no quiero dejar pasar por alto otra de las afirmaciones más escandalosas de su carta. Usted dice textualmente : “¡No se asombre, Santidad! Para lograr ser testigos efectivos de la necesidad del amor tienen necesidad de personificarlo y vivirlo plenamente, de la forma que su naturaleza lo exige.” Usted está afirmando que ni hasta el mismísimo S. pablo pudo ser testigo efectivo del amor, por su afán de mantenerse célibe. Para usted, sólo da un testimonio útil de amor, quien se muestra incapaz de orientar sus instintos hacia algún fin más elevado y se deja llevar por su naturaleza, es decir, por el placer venéreo, hablando en plata, traicionando su propia promesa. Es obvio que para usted no tiene ningún valor la palabra dada, ni la promesa, ni el voto, ni los esponsales donde los novios se prometen fidelidad hasta que la muerte los separe. Usted tomó la decisión de enamorarse de un sacerdote, digo bien, la decisión, ya que no es una emoción sobrevenida, y desea confundirlo a él respecto a la estima de sus votos, por haberlos hecho en su juventud; pero si hubiera tomado la decisión de enamorarse de un hombre casado, hubiera escrito una carta en contra de la indisolubilidad del matrimonio; la cuestión es satisfacer su propio instinto, sin respetar promesas ajenas; vomita y se vuelve sobre su vómito, incapaz de amar de verdad. Mi pregunta ante su lapidaria e inadmisible afirmación es ¿Entonces en qué nos diferenciamos de los marranos, animales sujetos por entero a su propia naturaleza, como es bien sabido, e incapaces de hacer un sacrificio por un congénere, como por ejemplo renunciar a sus propias algarrobas? La filosofía que impregna toda su carta, está imbuida de una nausea por la dignidad humana, que por cierto no proviene del hombre, en cuanto hombre, sino del hombre en cuanto ser creado a imagen de Dios.

El sacerdote no es un ser ocupado en múltiples tareas y existencialmente vacío, como usted trata de caricaturizar; no es sólo el presidente de un banquete. El sacerdote es quien hace descender sobre el altar a la Víctima, presente realmente en el pan y el vino consagrados. El sacerdote tiene la necesidad de estar marcado en su alma para siempre, para ofrecer así este Sacrificio y debe guardar virginidad y celibato porque le corresponde una cosa extraordinaria, hacer venir a Dios del cielo a la tierra por medio de sus labios. El sacerdote es un Alter Christus, otro Cristo; así pues, está llamado a hacer efectivo su amor, sí efectivo, digo, con un don total, sin reservas y a todos, como Cristo. El sacerdote no puede dividir su corazón: ahora realizo la noble función del Sacrificio, luego me ocupo de lo mundano, mañana tengo que ir a ver a mis suegros, pasado nos vamos a un crucero, a la tarde debo acompañar a mi mujer a escoger un vestido,etc., sino que su ministerio es toda su vida. Tal dignidad no es escogida por Él, sino que ha sido llamado a ella por el Señor, a la manera de Cristo purisimo y virgen y de su santísima Madre, virgen y casta. Por esto es célibe el sacerdote y no porque le mantenga ocupadísimo su actividad apostólica. La exigencia viene de la grandeza del Sacrificio de la Misa, en la que actúa in Personae Christi, ya que es un Sacrificio real. Por lo tanto, cuanto más imite a Cristo, quien dio ejemplo de una vida enteramente consagrada al Padre, mayor será la efectividad de su amor, para usar sus mismas palabras, con cada alma que tenga encomendada. De esta efectividad hay miles de testimonios en cada lugar; multitudes de personas muy agradecidas a los sacerdotes que usó el Señor para cambiar sus vidas. Cierto que los sacerdotes llevan un tesoro en vasijas de barro, para que nadie se engría y pueda dar toda la Gloria y el mérito sólo a Dios, como nos recuerda S. Pablo. Por eso esas vasijas también flaquean y caen al suelo y se rompen, pero con la gracia de Dios se pueden volver a recomponer. La debilidad de los sacerdotes de la que usted habla, es cierta y no es nueva, como tampoco lo es que hay entre ellos muchísimos santos y la inmensa mayoría hace mucho bien. 

La novedad no es la descripción de esas dolorosas situaciones pecaminosas, no; la novedad de su carta estriba en la blasfemia de querer elevar el pecado al mismo estatus que la virtud y eso es imposible y además no puede ser. Lo único posible y cierto es la misericordia del Señor, en los mismos términos que salen de su sagrada boca, acójanse a ella sin dudarlo y serán salvas.

viernes, 21 de mayo de 2010

Curso de Liturgia (IV) De las iglesias

LAS IGLESIAS
De las iglesias en general
Aunque Dios está en todas partes y en todas puede recibir las adoraciones y homenajes de las criaturas, con todo, Él mismo se ha dignado fijar el lugar que debe estar consagrado a su culto. En la ley antigua, fue el tabernáculo, y más tarde el templo de Jerusalén; en la ley nueva es la iglesia o templo cristiano.
 Una iglesia 20 es un edificio público dedicado al culto divino donde los fieles se reúnen para asistir a la oblación del santo sacrificio, recibir los sacramentos y participar de las demás ceremonias religiosas.
En tiempo de los Apóstoles, hubo desde luego oratorios donde los fieles se reunían para asistir a las ceremonias del culto, como lo atestigua este pasaje de San Pablo: «Oigo que al juntaros en la iglesia, hay entre vosotros parcialidades».
Antes de Constantino, se establecían en cuanto lo permitían las circunstancias, lugares de reunión por doquiera penetraba la fe. En los tiempos de persecución violenta, cualquier lugar servía para el culto divino: bosques, cavernas, casas particulares y hasta las prisiones. Se reunían también los fieles en capillas subterráneas, como en las catacumbas de Roma. Cuando después de la conversión de Constantino les fue permitido a los cristianos celebrar su culto a la luz del sol, se apresuraron a edificar iglesias, disponiéndolas del modo más conveniente para el culto divino.
El santo sacrificio se debe celebrar ordinariamente en las iglesias y en los oratorios, así públicos como semipúblicos; para celebrarlo en otros lugares se requieren facultades especiales.

Distinción de las iglesias

Hay distintas clases de iglesias, a saber: las basílicas, las metrópolis, las simples catedrales, las colegiatas, las iglesias parroquiales, las filiales, las iglesias de órdenes religiosas, y las de asociaciones o cofradías.
Se llaman basílicas a las iglesias que ocupan el primer puesto a causa de su dignidad o de sus privilegios. Las basílicas son de dos clases: las basílicas mayores y las menores. Las mayores o patriarcales, que están en Roma, son cuatro, a saber: San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano, San Pablo extramuros y Santa María la Mayor, que representan respectivamente, los patriarcados de Occidente y del mundo católico, de Constantinopla, Alejandría y Antioquía. Las demás basílicas de Roma se llaman basílicas menores. Hay otras iglesias fuera de Roma que han recibido de los Papas el título de basílicas menores como son en España la de Nuestra Señora del Pilar, Santiago de Compostela.
Se llaman Metrópolis 21 las iglesias en que residen los arzobispos. Hay tres clases de metrópolis, simples, primaciales y patriarcales, según que su arzobispo es simplemente metropolitano, primado, o patriarca.
Se llaman Catedrales 22 las iglesias en que residen los obispos.
Y se llaman Colegiatas las iglesias en que el clero forma cabildo fuera de la catedral.
Iglesias Parroquiales son las iglesias servidas por los curas párrocos, y filiales las iglesias auxiliares de las parroquias; en estas iglesias se celebran los divinos oficios para comodidad de los habitantes demasiado apartados de las iglesias parroquiales
También hay diferencia entre las iglesias y oratorios, como asimismo la hay entre los oratorios públicos, semipúblicos y privados. Los oratorios se erigen principalmente para utilidad de alguna comunidad, colegio, etc., o particulares. Los destinados a una comunidad, colegio, cofradía, etc., se llaman públicos si los fieles tienen derecho estricto de asistir en ellos a los divinos oficios; y semipúblicos si los fieles no tienen ese derecho estricto. Los erigidos en casa particular para uso de una familia o persona piadosa, se llaman privados.

Forma y orientación de las iglesias

La liturgia no señala ninguna forma particular asignada para las iglesias, por lo que su forma ha variado mucho. Como el emperador Constantino dio para el culto varias basílicas paganas 23 o pretorios de justicia, las iglesias tomaron a menudo en aquella época, y aun después, la forma de tales edificios, que era la de un rectángulo, uno de cuyos lados menores era, ordinariamente semicircular 24.
La principal transformación que se ejecutó en la basílica para aumentar su simbolismo se le hizo dándole por medio del crucero la forma de una cruz, cuyo eje se desvió a veces desde el punto céntrico del ábside, de derecha a izquierda. La nave representaba así el cuerpo de Jesucristo, el crucero sus brazos extendidos en la cruz; y la desviación del ábside 25, su cabeza inclinada.
Los géneros de arquitectura adoptados para las iglesias son principalmente dos: el estilo romano y el estilo gótico, caracterizados respectivamente por el medio punto y la ojiva.
La orientación normal de las iglesias es de modo que el ábside se halle hacia el oriente, y aunque este modo de orientación no es obligatorio en el día de hoy, a menos de razones especiales es preferible seguir en esto las constituciones apostólicas y la Tradición. Esta orientación nos recuerda que nuestros corazones se deben volver hacia Jesucristo, divino sol de justicia, verdadero sol naciente bajado del cielo para visitarnos.
Consagración y bendición de las iglesias
Para que se puedan celebrar los divinos misterios en las iglesias es necesario que estén consagradas o bendecidas26. Las diferencias principales entre ambas son:
La consagración de una iglesia sólo puede hacerla el obispo y para que la pueda hacer un simple sacerdote se necesita delegación de la Santa Sede, mientras que para bendecirla basta que sea delegado del obispo.
Los ritos de la consagración son más solemnes que los de la bendición.
Se emplea el santo crisma para la consagración, y para la bendición sólo el agua bendita.
La víspera de la consagración, el obispo consagrante, los fieles y el clero deben prepararse por la oración y el ayuno, lo cual no sucede para la bendición.
Todo induce a creer que el uso de consagrar los templos es de tradición apostólica; y el Papa San Silvestre, a quien ciertos autores atribuyen su origen, no hizo más que realzar la consagración con ritos más solemnes. Este uso trae origen del Antiguo Testamento, en el que vemos cómo Moisés santificó el altar de los tabernáculos, y más tarde Salomón y Zorobabel consagraron el templo de Jerusalén.
La Iglesia consagra y bendice sus templos con los fines siguientes:
Apropiarlos al acto tan augusto y santo del sacrificio;
Procurar a los fieles las gracias que necesitan para orar, pues como la consagración y bendición son verdaderos sacramentales tienen la virtud de obtener estas gracias;
Recordarnos la santidad de que debemos estar adornados para comulgar y llegar a ser templos vivos de Jesucristo.
Toda iglesia (al poner la primera piedra o el día de su bendición) recibe un título o titular, que es el misterio o santo que sirve para denominarla o distinguirla de otra cualquiera. Así se dice iglesia de la Santísima Trinidad, de la Asunción, de San Pedro, de San Juan Bautista, etc... La diferencia que hay entre el titular y el patrono de una iglesia es que el titular sólo sirve para denominar la iglesia colocada debajo de su advocación, y puede ser un misterio; mientras que el patrono es el protector del lugar y de sus habitantes, y sólo puede ser un ángel o santo.

De las campanas

Para anunciar sus solemnidades y llamar a los fieles a los oficios, la Iglesia se sirve de ordinario de las campanas, cuyo uso fue introducido en Occidente a lo menos en el siglo VI y en Oriente en el IX. Durante las persecuciones convocaba a los fieles por avisos o signos convencionales, como uno de los tres cantos del gallo; de donde procede la costumbre de poner gallos en lo alto de los campanarios. Más tarde se sirvió de instrumentos de madera, cuyo uso se ha conservado durante los tres últimos días de semana santa.
La bendición de las campanas se llama bautismo porque las ceremonias de esta bendición presentan ciertas analogías con las del sacramento del bautismo. Así, se escoge para las campanas un padrino y una madrina; se les da el nombre de un santo o de una santa; se lavan con agua bendita y sal en señal de purificación, se les hace en lo exterior siete unciones con el santo óleo, y en lo interior cuatro con el santo crisma para denotar los dones y gracias que el Espíritu Santo comunica a los fieles que acuden a la iglesia al toque de las campanas.
La misión de la campana está expresada en la fórmula siguiente que enumera sus diversas funciones: «Alabo a Dios; llamo al pueblo; convoco al clero; lloro a los difuntos; aparto el rayo; realzo las fiestas» 27.

De los cementerios

El lugar en que descansa el cuerpo del fiel después de la muerte es un lugar bendecido llamado cementerio, y que es considerado como un anejo de la iglesia.
La palabra Cementerio 28 significa lugar de sueño o descanso. «Entre los cristianos, dice San Jerónimo, la muerte no es muerte, sino una dormición y se llama sueño». La Iglesia expresa este pensamiento consolador cantando en el momento de la sepultura esta antífona compuesta de las palabras mismas del Salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en Mí, aunque hubiere muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá para siempre» 29.
El cementerio puede ser profanado y las causas de su profanación canónica son las mismas que las de una iglesia. En dicho caso no se puede hacer sepultura alguna antes de su reconciliación litúrgica.
Notas:

23 Basílicas, del griego basiliké, regio, porque en ellas se administraba justicia por los reyes o en nombre de ellos. 24 Los autores eclesiásticos nos describen aquellas basílicas convertidas en iglesias. Cada una estaba separada, en cuanto era posible, de todo edificio profano, alejada del ruido y rodeada de patios, jardines y edificios anexos a la misma iglesia, todos comprendidos dentro de un recinto tapiado. Dichos edificios eran el baptisterio, o sea el lugar en que se administraba el bautismo; el gazophilacium o diaconium, confiado a los diáconos y que servía para guardar los ornamentos y vasos sagrados; el salutatorium, sala de recepción del obispo; el secretarium, sala grande en la que el obispo reunía a su clero para tratar en secreto de asuntos eclesiásticos, y en el que se hallaba la sacristía; la biblioteca, las escuelas y los alojamientos de los sacerdotes y clérigos.

Se entraba primero en un patio cuadrado, rodeado de galerías cubiertas por el estilo de los claustros de los monasterios. En dicho patio, llamado atrio, había cierto espacio consagrado, o cementerio, y en medio una o varias fuentes donde los fieles se lavaban las manos y la cara antes de la oración. Nuestras pilas de agua bendita las reemplazan hoy en día. En las galerías se hallaban los mendigos a quienes no les era permitido pedir limosna en la iglesia y con ellos todos los que tenían prohibida la entrada en ella, a saber: los excomulgados y aun ciertos penitentes, los plorantes.

A la extremidad del patio de entrada se hallaban las primeras puertas de la iglesia, que de ordinario eran tres y daban acceso a la primera parte del templo llamada pronaos, o antenave, donde se hallaba la segunda clase de penitentes, o audientes, los infieles, judíos y catecúmenos, que podían oír las instrucciones.

Del pronaos a la nave o iglesia propiamente dicha se entraba por otras tres puertas, cerca de las cuales y en lo interior se hallaba la tercera clase de penitentes, los prosternados.

24 La nave comprendía tres partes: la nave principal o del medio, que se dejaba libre en parte, para la circulación del clero, y las naves laterales que estaban reservadas, la de la derecha para los hombres y la de la izquierda para las mujeres. A la cabeza de los hombres, estaban los ascetas y los monjes, y a la de las mujeres, las vírgenes consagradas a Dios. Los penitentes de la cuarta clase, o consistentes, estaban separados de los demás fieles, y podían asistir a todo el santo sacrificio, pero sin poder participar ni de la ofrenda ni de la comunión. En la nave del medio estaba el coro, sitio de los cantores y clérigos inferiores. En él se hallaba el ambón  o jube , tribuna algo elevada a la que se subía por sus dos costados para las lecturas públicas. A veces había dos, una de cada lado, con el fin de no ocultar el altar

A continuación de la nave se hallaba el santuario, más elevado que lo restante del templo, y separado de la nave por una balaustrada. En medio estaba el altar, mesa de mármol o pórfido sostenida con cuatro columnas y colocada, en cuanto era posible, sobre la sepultura de algún mártir: de esto, se ha derivado la regla de no consagrar ningún altar sin poner reliquias.

A los lados del altar, estaban, a la derecha, el vestuarium, donde los ministros se revestían de los ornamentos; y a la izquierda, el oblationarium, en que se ponían momentáneamente las ofrendas que no habían de ser consagradas. Detrás del altar, en el fondo del hemiciclo o ábside, se levantaba el trono del obispo y a sus dos lados, en forma de semicírculo, estaban los asientos menos elevados de los sacerdotes.

25 Ábside, del griego apsis, llanta de rueda, arco de bóveda. Luc. 1, 78.

26 Una iglesia queda profanada, cuando en ella se comete alguno de los crímenes señalados por el derecho canónico; y execrada, cuando se destruye totalmente o cae la mayor parte de sus paredes. Cuando una iglesia ha sido profanada, debe ser reconciliada; si ha sido execrada, debe ser consagrada o bendecida de nuevo.

27 Esta fórmula es la traducción de estos dos versos latinos:

Laudo Deum verum; Populum voco; Congrego clerum; Defunctos ploro; Fugo fulmina: Festa decoro.

28 Cementerio, del griego koimeterion, dormitorio.

29 Juan 11, 25