lunes, 17 de mayo de 2010

CURSO DE LITURGIA II




Libros litúrgicos

Los principales libros de la liturgia romana son los siguientes: el misal, el breviario, el ritual, el pontifical, y el martirologio 8.

El misal encierra las oraciones y ceremonias de la misa. El misal romano actual fue corregido y publicado sucesivamente, conforme a los decretos del Concilio de Trento, por San Pío V.

El breviario 9 contiene el oficio divino que deben rezar cada día en nombre de la Iglesia todos los que han recibido las órdenes sagradas. El breviario comprende ordinariamente 2 tomos, cada uno de los cuales contiene el salterio repartido entre los días de la semana y combinado con el ordinario del tiempo y del santoral 10. El salterio constituye el corazón del breviario.

El ritual 11 contiene los ritos sagrados de los sacramentos y de otras funciones eclesiásticas. El ritual romano actual fue publicado por el Papa Pablo V (1614).

El pontifical encierra las ceremonias reservadas a los obispos, como la consagración de los santos óleos, la de iglesias, altares, vasos sagrados, la administración de los sacramentos de la confirmación y orden, etc.

El martirologio 12 encierra el catálogo y elogio de los santos de quienes cada día hace memoria la Iglesia. De origen muy remoto, este libro fue publicado sucesivamente con las debidas correcciones hechas por los Sumos Pontífices. En cada canonización se hacen las adiciones necesarias.

Estos libros están escritos en lengua latina con los fines siguientes: 1º preservar la liturgia de las variaciones que con tanta frecuencia se producen en las lenguas vivas; 2º afianzar la unidad y perpetuidad de la fe católica. Los fieles tienen para su uso libros escritos en lengua vulgar, extractados de los precedentes, llamados misal para los fieles, devocionarios, etc. Deben estar aprobados por los obispos. Hay también para los cantores, libros de oficio con el canto notado, los cuales se dividen ordinariamente en dos partes: el gradual para la misa, y el vesperal o antifonario para los oficios de la tarde.

Canto litúrgico
La forma más expresa de la lengua litúrgica es el canto ejecutado por el clero y el pueblo. Este canto en la liturgia es muy antiguo, aunque no existe ningún monumento que nos indique en qué época se introdujo el canto en los divinos oficios; pero los dos Testamentos nos lo muestran usado ya desde la más remota antigüedad.
El Antiguo Testamento nos ofrece de ello como vestigios que tan pronto como los judíos estuvieron reunidos en cuerpo de nación y el culto hubo tomado forma oficial, celebraron con cantos las alabanzas de su Criador y Libertador. Los Sagrados Libros nos han conservado los cánticos inspirados de Moisés, Débora, Ana (madre de Samuel), David, Ezequías, Habacuc, Isaías, Judit, los tres jóvenes hebreos y otros de varios profetas. David compuso salmos y estableció un coro de cuatro mil cantores o músicos, para que alabasen a Dios delante del Tabernáculo, uso que Salomón, su hijo, estableció también en el templo de Jerusalén. A la vuelta de la cautividad, Esdras restableció el canto en las ceremonias religiosas.
El canto en la Iglesia fue establecido por el Salvador y los Apóstoles, pues dice San Agustín que ellos nos dieron el ejemplo y el precepto de la salmodia y de los cantos religiosos 13.

El canto litúrgico en los principios de la Iglesia no era sino una salmodia cuyas modulaciones fueron tomadas de los hebreos, los griegos y los romanos.

Posteriormente fue desarrollado y perfeccionado por los mayores Santos y mejores ingenios de la Iglesia católica: por San Atanasio, San Dámaso, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Gelasio, San Gregorio Magno y Santo Tomás de Aquino. Entre estos santos, los que mayor parte tuvieron en la obra del canto litúrgico fueron principalmente San Ambrosio y San Gregorio Magno.

San Ambrosio recogió las melodías antiguas y las ordenó con método; reguló además, el canto de los salmos y compuso muchos himnos. Su canto, llamado canto ambrosiano, fue seguido durante siglos.

San Gregorio, verdadero creador del canto litúrgico, completó la obra de San Ambrosio, concertó las melodías antiguas con las reglas de la armonía y disponiéndolas según las exigencias del oficio divino, de suerte que Benedicto XIV pudo decir con razón: «El canto de la Iglesia es el canto gregoriano».

Los caracteres del canto gregoriano son los siguientes:

1º Es sencillo y de fácil ejecución. Es un canto verdaderamente popular 14.

2º Es sobrio y modesto y realza la expresión de las palabras sin cubrirlas, ahogarlas ni desnaturalizarlas jamás.

3º Está lleno de dulzura, suavidad y piedad 15.

Para difundir el canto litúrgico San Gregorio Magno coleccionó las diversas melodías en su antifonario y estableció en Roma, en su propio palacio, una escuela de canto, que con justicia llegó a ser célebre 16. Sus sucesores enviaron maestros de canto a las diversas regiones de Europa: San Agatón a Inglaterra, San Gregorio II a Alemania, y Adriano I a Francia.
Más tarde, el canto litúrgico se ha visto varias veces amenazado por el peligro de la invasión de la música mundana, de la que ha sido constantemente protegido y salvado por los Pontífices romanos. En el siglo XIV, por Juan XXII, quien proscribió el discante, y no toleró sino algunos acordes a la melodía, por ejemplo, el de octava, quinta, cuarta y otros semejantes, pero de tal modo que no sufriese menoscabo la integridad del canto. En el siglo XVI por los Padres del Concilio de Trento, quienes prohibieron «toda música mundana, ya de voz, ya de órgano» y ordenaron «que cuando se creasen los seminarios, los clérigos jóvenes fuesen iniciados en el estudio del canto eclesiástico» 17. Desde entonces, la Congregación de Ritos ha dado varios reglamentos relativos al canto litúrgico y a la música religiosa. San Pío X dio un Motu propio que es una breve exposición de los principios que regulan la música sagrada, y un compendio de las principales prescripciones de la Iglesia contra los abusos que se cometen en esta materia, por lo que puede ser considerado como el Código jurídico de la música sagrada.

NOTAS:

9 Breviario, del latín breviarium: compendio; así llamado bien por ser una colección compendiada, un sumario de lo más instructivo y conmovedor que encierran la Sagrada Escritura y la Tradición; bien porque el oficio divino fue considerablemente abreviado en tiempo de San Gregorio VII.

10 Hasta San Pío X se solía dividir en 4 tomos, distribuyendo el propio del Oficio según las cuatro estaciones del año.

11 Ritual, del latín ritualis, de ritus, regla establecida por la orden tal servicio eclesiástico.

12 Martirologio, de las palabras griegas marturôn logos, alabanza de los mártires.

13 «Hace 19 siglos que la Iglesia no ha cesado de cantar, y así continuará hasta el fin del mundo, pues el canto no es para ella un pasatiempo ni un placer para ella o para los demás; es un deber, un deber constantemente prescrito y constantemente cumplido; es el acento regular de su lenguaje y una de las fórmulas de su culto. Se cantaba en las catacumbas, se ha cantado en los cadalsos, se ha cantado en torno de los féretros, y nunca se cantará con un corazón tan alegre como cuando sobre las ruinas amontonadas por el Anticristo se levanten los ojos hacia el oriente para saludar la venida de la última y total redención» (Mons. Gay, Virtudes cristianas, II).

16 San Gregorio enseñaba por sí mismo el canto y mucho tiempo después de su muerte se mostraba en Roma la cama sobre la cual, retenido por la gota, daba las lecciones de canto.
17 Sesión 23, cap. 18.

18 Se entiende por lugares teológicos, las fuentes en que los teólogos pueden tomar argumentos para fundamentar sus doctrinas o refutar las de los contrarios.

19 Sesión 6, cap. 11.





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