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viernes, 21 de mayo de 2010

Curso de Liturgia (IV) De las iglesias

LAS IGLESIAS
De las iglesias en general
Aunque Dios está en todas partes y en todas puede recibir las adoraciones y homenajes de las criaturas, con todo, Él mismo se ha dignado fijar el lugar que debe estar consagrado a su culto. En la ley antigua, fue el tabernáculo, y más tarde el templo de Jerusalén; en la ley nueva es la iglesia o templo cristiano.
 Una iglesia 20 es un edificio público dedicado al culto divino donde los fieles se reúnen para asistir a la oblación del santo sacrificio, recibir los sacramentos y participar de las demás ceremonias religiosas.
En tiempo de los Apóstoles, hubo desde luego oratorios donde los fieles se reunían para asistir a las ceremonias del culto, como lo atestigua este pasaje de San Pablo: «Oigo que al juntaros en la iglesia, hay entre vosotros parcialidades».
Antes de Constantino, se establecían en cuanto lo permitían las circunstancias, lugares de reunión por doquiera penetraba la fe. En los tiempos de persecución violenta, cualquier lugar servía para el culto divino: bosques, cavernas, casas particulares y hasta las prisiones. Se reunían también los fieles en capillas subterráneas, como en las catacumbas de Roma. Cuando después de la conversión de Constantino les fue permitido a los cristianos celebrar su culto a la luz del sol, se apresuraron a edificar iglesias, disponiéndolas del modo más conveniente para el culto divino.
El santo sacrificio se debe celebrar ordinariamente en las iglesias y en los oratorios, así públicos como semipúblicos; para celebrarlo en otros lugares se requieren facultades especiales.

Distinción de las iglesias

Hay distintas clases de iglesias, a saber: las basílicas, las metrópolis, las simples catedrales, las colegiatas, las iglesias parroquiales, las filiales, las iglesias de órdenes religiosas, y las de asociaciones o cofradías.
Se llaman basílicas a las iglesias que ocupan el primer puesto a causa de su dignidad o de sus privilegios. Las basílicas son de dos clases: las basílicas mayores y las menores. Las mayores o patriarcales, que están en Roma, son cuatro, a saber: San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano, San Pablo extramuros y Santa María la Mayor, que representan respectivamente, los patriarcados de Occidente y del mundo católico, de Constantinopla, Alejandría y Antioquía. Las demás basílicas de Roma se llaman basílicas menores. Hay otras iglesias fuera de Roma que han recibido de los Papas el título de basílicas menores como son en España la de Nuestra Señora del Pilar, Santiago de Compostela.
Se llaman Metrópolis 21 las iglesias en que residen los arzobispos. Hay tres clases de metrópolis, simples, primaciales y patriarcales, según que su arzobispo es simplemente metropolitano, primado, o patriarca.
Se llaman Catedrales 22 las iglesias en que residen los obispos.
Y se llaman Colegiatas las iglesias en que el clero forma cabildo fuera de la catedral.
Iglesias Parroquiales son las iglesias servidas por los curas párrocos, y filiales las iglesias auxiliares de las parroquias; en estas iglesias se celebran los divinos oficios para comodidad de los habitantes demasiado apartados de las iglesias parroquiales
También hay diferencia entre las iglesias y oratorios, como asimismo la hay entre los oratorios públicos, semipúblicos y privados. Los oratorios se erigen principalmente para utilidad de alguna comunidad, colegio, etc., o particulares. Los destinados a una comunidad, colegio, cofradía, etc., se llaman públicos si los fieles tienen derecho estricto de asistir en ellos a los divinos oficios; y semipúblicos si los fieles no tienen ese derecho estricto. Los erigidos en casa particular para uso de una familia o persona piadosa, se llaman privados.

Forma y orientación de las iglesias

La liturgia no señala ninguna forma particular asignada para las iglesias, por lo que su forma ha variado mucho. Como el emperador Constantino dio para el culto varias basílicas paganas 23 o pretorios de justicia, las iglesias tomaron a menudo en aquella época, y aun después, la forma de tales edificios, que era la de un rectángulo, uno de cuyos lados menores era, ordinariamente semicircular 24.
La principal transformación que se ejecutó en la basílica para aumentar su simbolismo se le hizo dándole por medio del crucero la forma de una cruz, cuyo eje se desvió a veces desde el punto céntrico del ábside, de derecha a izquierda. La nave representaba así el cuerpo de Jesucristo, el crucero sus brazos extendidos en la cruz; y la desviación del ábside 25, su cabeza inclinada.
Los géneros de arquitectura adoptados para las iglesias son principalmente dos: el estilo romano y el estilo gótico, caracterizados respectivamente por el medio punto y la ojiva.
La orientación normal de las iglesias es de modo que el ábside se halle hacia el oriente, y aunque este modo de orientación no es obligatorio en el día de hoy, a menos de razones especiales es preferible seguir en esto las constituciones apostólicas y la Tradición. Esta orientación nos recuerda que nuestros corazones se deben volver hacia Jesucristo, divino sol de justicia, verdadero sol naciente bajado del cielo para visitarnos.
Consagración y bendición de las iglesias
Para que se puedan celebrar los divinos misterios en las iglesias es necesario que estén consagradas o bendecidas26. Las diferencias principales entre ambas son:
La consagración de una iglesia sólo puede hacerla el obispo y para que la pueda hacer un simple sacerdote se necesita delegación de la Santa Sede, mientras que para bendecirla basta que sea delegado del obispo.
Los ritos de la consagración son más solemnes que los de la bendición.
Se emplea el santo crisma para la consagración, y para la bendición sólo el agua bendita.
La víspera de la consagración, el obispo consagrante, los fieles y el clero deben prepararse por la oración y el ayuno, lo cual no sucede para la bendición.
Todo induce a creer que el uso de consagrar los templos es de tradición apostólica; y el Papa San Silvestre, a quien ciertos autores atribuyen su origen, no hizo más que realzar la consagración con ritos más solemnes. Este uso trae origen del Antiguo Testamento, en el que vemos cómo Moisés santificó el altar de los tabernáculos, y más tarde Salomón y Zorobabel consagraron el templo de Jerusalén.
La Iglesia consagra y bendice sus templos con los fines siguientes:
Apropiarlos al acto tan augusto y santo del sacrificio;
Procurar a los fieles las gracias que necesitan para orar, pues como la consagración y bendición son verdaderos sacramentales tienen la virtud de obtener estas gracias;
Recordarnos la santidad de que debemos estar adornados para comulgar y llegar a ser templos vivos de Jesucristo.
Toda iglesia (al poner la primera piedra o el día de su bendición) recibe un título o titular, que es el misterio o santo que sirve para denominarla o distinguirla de otra cualquiera. Así se dice iglesia de la Santísima Trinidad, de la Asunción, de San Pedro, de San Juan Bautista, etc... La diferencia que hay entre el titular y el patrono de una iglesia es que el titular sólo sirve para denominar la iglesia colocada debajo de su advocación, y puede ser un misterio; mientras que el patrono es el protector del lugar y de sus habitantes, y sólo puede ser un ángel o santo.

De las campanas

Para anunciar sus solemnidades y llamar a los fieles a los oficios, la Iglesia se sirve de ordinario de las campanas, cuyo uso fue introducido en Occidente a lo menos en el siglo VI y en Oriente en el IX. Durante las persecuciones convocaba a los fieles por avisos o signos convencionales, como uno de los tres cantos del gallo; de donde procede la costumbre de poner gallos en lo alto de los campanarios. Más tarde se sirvió de instrumentos de madera, cuyo uso se ha conservado durante los tres últimos días de semana santa.
La bendición de las campanas se llama bautismo porque las ceremonias de esta bendición presentan ciertas analogías con las del sacramento del bautismo. Así, se escoge para las campanas un padrino y una madrina; se les da el nombre de un santo o de una santa; se lavan con agua bendita y sal en señal de purificación, se les hace en lo exterior siete unciones con el santo óleo, y en lo interior cuatro con el santo crisma para denotar los dones y gracias que el Espíritu Santo comunica a los fieles que acuden a la iglesia al toque de las campanas.
La misión de la campana está expresada en la fórmula siguiente que enumera sus diversas funciones: «Alabo a Dios; llamo al pueblo; convoco al clero; lloro a los difuntos; aparto el rayo; realzo las fiestas» 27.

De los cementerios

El lugar en que descansa el cuerpo del fiel después de la muerte es un lugar bendecido llamado cementerio, y que es considerado como un anejo de la iglesia.
La palabra Cementerio 28 significa lugar de sueño o descanso. «Entre los cristianos, dice San Jerónimo, la muerte no es muerte, sino una dormición y se llama sueño». La Iglesia expresa este pensamiento consolador cantando en el momento de la sepultura esta antífona compuesta de las palabras mismas del Salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en Mí, aunque hubiere muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá para siempre» 29.
El cementerio puede ser profanado y las causas de su profanación canónica son las mismas que las de una iglesia. En dicho caso no se puede hacer sepultura alguna antes de su reconciliación litúrgica.
Notas:

23 Basílicas, del griego basiliké, regio, porque en ellas se administraba justicia por los reyes o en nombre de ellos. 24 Los autores eclesiásticos nos describen aquellas basílicas convertidas en iglesias. Cada una estaba separada, en cuanto era posible, de todo edificio profano, alejada del ruido y rodeada de patios, jardines y edificios anexos a la misma iglesia, todos comprendidos dentro de un recinto tapiado. Dichos edificios eran el baptisterio, o sea el lugar en que se administraba el bautismo; el gazophilacium o diaconium, confiado a los diáconos y que servía para guardar los ornamentos y vasos sagrados; el salutatorium, sala de recepción del obispo; el secretarium, sala grande en la que el obispo reunía a su clero para tratar en secreto de asuntos eclesiásticos, y en el que se hallaba la sacristía; la biblioteca, las escuelas y los alojamientos de los sacerdotes y clérigos.

Se entraba primero en un patio cuadrado, rodeado de galerías cubiertas por el estilo de los claustros de los monasterios. En dicho patio, llamado atrio, había cierto espacio consagrado, o cementerio, y en medio una o varias fuentes donde los fieles se lavaban las manos y la cara antes de la oración. Nuestras pilas de agua bendita las reemplazan hoy en día. En las galerías se hallaban los mendigos a quienes no les era permitido pedir limosna en la iglesia y con ellos todos los que tenían prohibida la entrada en ella, a saber: los excomulgados y aun ciertos penitentes, los plorantes.

A la extremidad del patio de entrada se hallaban las primeras puertas de la iglesia, que de ordinario eran tres y daban acceso a la primera parte del templo llamada pronaos, o antenave, donde se hallaba la segunda clase de penitentes, o audientes, los infieles, judíos y catecúmenos, que podían oír las instrucciones.

Del pronaos a la nave o iglesia propiamente dicha se entraba por otras tres puertas, cerca de las cuales y en lo interior se hallaba la tercera clase de penitentes, los prosternados.

24 La nave comprendía tres partes: la nave principal o del medio, que se dejaba libre en parte, para la circulación del clero, y las naves laterales que estaban reservadas, la de la derecha para los hombres y la de la izquierda para las mujeres. A la cabeza de los hombres, estaban los ascetas y los monjes, y a la de las mujeres, las vírgenes consagradas a Dios. Los penitentes de la cuarta clase, o consistentes, estaban separados de los demás fieles, y podían asistir a todo el santo sacrificio, pero sin poder participar ni de la ofrenda ni de la comunión. En la nave del medio estaba el coro, sitio de los cantores y clérigos inferiores. En él se hallaba el ambón  o jube , tribuna algo elevada a la que se subía por sus dos costados para las lecturas públicas. A veces había dos, una de cada lado, con el fin de no ocultar el altar

A continuación de la nave se hallaba el santuario, más elevado que lo restante del templo, y separado de la nave por una balaustrada. En medio estaba el altar, mesa de mármol o pórfido sostenida con cuatro columnas y colocada, en cuanto era posible, sobre la sepultura de algún mártir: de esto, se ha derivado la regla de no consagrar ningún altar sin poner reliquias.

A los lados del altar, estaban, a la derecha, el vestuarium, donde los ministros se revestían de los ornamentos; y a la izquierda, el oblationarium, en que se ponían momentáneamente las ofrendas que no habían de ser consagradas. Detrás del altar, en el fondo del hemiciclo o ábside, se levantaba el trono del obispo y a sus dos lados, en forma de semicírculo, estaban los asientos menos elevados de los sacerdotes.

25 Ábside, del griego apsis, llanta de rueda, arco de bóveda. Luc. 1, 78.

26 Una iglesia queda profanada, cuando en ella se comete alguno de los crímenes señalados por el derecho canónico; y execrada, cuando se destruye totalmente o cae la mayor parte de sus paredes. Cuando una iglesia ha sido profanada, debe ser reconciliada; si ha sido execrada, debe ser consagrada o bendecida de nuevo.

27 Esta fórmula es la traducción de estos dos versos latinos:

Laudo Deum verum; Populum voco; Congrego clerum; Defunctos ploro; Fugo fulmina: Festa decoro.

28 Cementerio, del griego koimeterion, dormitorio.

29 Juan 11, 25


Curso de Liturgia III (Importancia de la liturgia)

Curso de Liturgia III (Importancia de la liturgia)


La liturgia es muy agradable a Dios por ser:

1º Una alabanza pura, pues es la misma oración del Espíritu Santo.

2º Una alabanza universal y perpetua. A semejanza del Salmista, la Iglesia canta siete veces al día las alabanzas del Señor, y clama de día y de noche delante de Dios.

La liturgia es también muy útil a la Iglesia porque además de su finalidad principal (culto divino), es:

1º Una regla de fe. En efecto: ella nos enseña que el Espíritu Santo procede también del Hijo; da al símbolo llamado de San Atanasio su valor dogmático; fija la canonicidad de los Libros Sagrados; nos recuerda la virginidad de María, así antes como después del divino alumbramiento.

2º Un lugar teológico 18. Para confundir a los iconoclastas, la Iglesia atestiguó el culto de las sagradas imágenes expresado en sus ritos. A las blasfemias de Berengario, opuso su creencia perpetua en la presencia real expresada en las secretas y postcomuniones del misal romano; y a los sacramentarios del siglo XVI, su fórmula litúrgica Lauda Sion. Queriendo el Concilio de Trento probar la necesidad de la oración para obtener el progreso de la justicia en las almas, invoca el testimonio de la Iglesia por medio de la liturgia: «Este aumento de justicia, dice, lo pide la santa Iglesia cuando ora en esta forma: Dadnos, Señor, aumento de fe, esperanza y caridad»19.

3º Un vínculo de unidad. «Sobre todo, por medio de la forma única de oraciones contenida en el breviario romano, debe ser guardada perpetuamente —dice Clemente VIII— la comunión con Dios que es uno; a fin de que en la Iglesia esparcida por todo el mundo, los fieles de Jesucristo invoquen a Dios exclusivamente con los mismos ritos de cantos y oraciones». «Por eso —advierte San Pío V— los fautores de herejías y cismas se han apresurado a crear liturgias particulares, y desgarrar por medio de esos oficios nuevos, semejantes entre sí, la comunión que consiste en ofrecer a Dios oraciones y alabanzas en la misma forma».
4º El depósito oficial del dogma católico. «La fe de la Iglesia se halla en sus oraciones» (S. Agustín). «La ley que obliga a orar establece la que obliga a creer» (S. Celestino).

Además, la liturgia es de mucho provecho para los fieles:

1º Recordándoles cada año las principales doctrinas y preceptos de la vida cristiana. «La liturgia —dice Don Guéranger— es el cielo divino, en el que se manifiestan en el lugar que les corresponde todas las obras de Dios; el septenario de la creación, la Pascua y Pentecostés del pueblo hebreo; la visita del Verbo encarnado, su sacrificio, su victoria, la bajada del Espíritu Santo, la divina Eucaristía, las glorias inenarrables de la Madre de Dios, el esplendor de los ángeles, y los méritos y los triunfos de los santos, de suerte que, puede decirse que empieza en la ley de los patriarcas, va progresando en la ley escrita, se consuma más y más en la ley de amor, hasta que, alcanzada su plenitud, desaparezca en la eternidad».

2º Mostrándoles cómo todas las criaturas alaban al soberano Señor. Cada reino lo alaba a su modo: el reino mineral suministrando la piedra y el mármol para la construcción de sus templos y el oro y la plata para la fabricación de los vasos sagrados; el reino vegetal ofreciendo sus flores para el ornato de las iglesias, el pan y el vino para materia de la eucaristía, el óleo para la de varios otros sacramentos, el incienso para las ceremonias, y el lino para las vestiduras de los ministros sagrados; en el reino animal el gusano de seda da los tejidos más hermosos y la abeja su cera perfumada.
La liturgia es también para los fieles una fuente de consuelo, porque:
1º Les recuerda incesantemente las perfecciones de su Padre celestial: su hermosura, su infinidad, su eternidad, su inmensidad, su poder, su justicia y su bondad. Los salmos en especial les repiten en cada función litúrgica las grandezas y misericordias del Señor.

2º Les trae a la memoria cada día su filiación divina y sus inmortales destinos. Tales son los pensamientos y sentimientos que no cesan de despertar en ellos los cantos del Salmista.

18 Se entiende por lugares teológicos, las fuentes en que los teólogos pueden tomar argumentos para fundamentar sus doctrinas o refutar las de los contrarios.

19 Sesión 6, cap. 11.


lunes, 17 de mayo de 2010

Curso de liturgia I (*)

Nociones generales

En breves palabras se puede decir que la liturgia 1 es el conjunto de ceremonias y de ritos, por medio de los cuales la Iglesia expresa y manifiesta su religión para con Dios. Se entiende por ceremonia un acto litúrgico; rito es el modo según el cual se lleva a cabo este acto. A menudo estas dos cosas se toman indistintamente una por otra..

Las leyes que presiden al ejercicio de la liturgia son las rúbricas 2.

La Iglesia concede gran importancia a la observancia de las rúbricas, como lo prueba este canon del concilio de Trento: «Si alguno pretende que las ceremonias recibidas y aprobadas en la Iglesia católica y em-pleadas en la administración de los sacramentos, pueden ser, sin pecado, despreciadas u omitidas según el capricho de los ministros, o cambiadas por otras nuevas: sea anatema» 3. Les da esta importancia porque las rúbricas mantienen la dignidad y uniformidad en el culto divino, conservan íntegro el dogma católico y muestran la unidad de fe, esperanza y caridad que une a todos los fieles en una misma familia. «Daría hasta la última gota de mi sangre por la mínima práctica de la Iglesia» (Santa Teresa).

Historia de la liturgia

La liturgia, como la religión, data desde el origen del mundo.

LA LITURGIA EN LA LEY ANTIGUA

Los principales actos litúrgicos que se hallan en el régimen patriarcal son los siguientes: Caín y Abel, primeros hijos de Adán ofrecen sacrificios al Señor; el uno ofrece los frutos de la tierra, el otro los productos de su rebaño. Enós da una forma rudimentaria al culto de Dios. Al salir del Arca, Noé inmola en acción de gracias algunos de los animales puros, que por orden de Dios había conservado en mayor número. Abraham, Isaac y Jacob ofrecen sacrificios de animales; dedican al Señor los lugares en que se había manifestado su presencia; levantan piedras en forma de altar y sobre ellas derraman aceite, como hoy día, para hacerlas dignas de recibir la majestad de Dios. En aquellos tiempos, no sólo hubo altar, sino que hasta el sacrificador futuro se mostró con anticipación: un rey pontífice ofreció el pan y el vino, materia del acto litúrgico por excelencia.

Dios mismo fue quién reveló a los hombres estas diversas prácticas litúrgicas. Esto lo sabemos por: 1º los caracteres precisos y determinados que se desprenden de estas diversas prácticas, las cuales se reproducen siempre con las mismas formas. 2º el testimonio del mismo Dios, que alaba a Abraham por haber guardado sus preceptos y sus mandatos y por haber observado sus ceremonias y sus leyes. En la ley mosaica la liturgia sale de la infancia y toma una forma determinada que debe guardar hasta la venida del Redentor. Dios se escoge un cuerpo sacerdotal; llena de su espíritu a Beseleel y Ooliab para fabricar los instrumentos del culto y las vestiduras sacerdotales; y prescribe a Moisés todo lo concerniente a los sacrificios, fiestas y ceremonias.

La legislación mosaica no contenía todas las prescripciones litúrgicas, pues varias se conservaban por tradición. Se pueden citar entre otras, el cántico gradual, la oración siete veces al día y a media noche, la unción de los reyes, etc. La liturgia mosaica fue perfeccionada por Nuestro Señor Jesucristo, cuya venida preparaba y cuya vida bosquejaba. 1º Cumplió sin dejar una tilde las prescripciones litúrgicas de Moisés. 2º Instituyó, la víspera de su muerte, el sacrificio eucarístico centro de la liturgia. 3º Invistió a los Apóstoles de los poderes necesarios para completar su obra a través de los siglos.

LA LITURGIA EN LA LEY NUEVA

En la Iglesia, los principales ritos litúrgicos se remontan a los tiempos apostólicos. Tales son entre otros: el sacrificio eucarístico, el altar, las luces, la colecta, la lectura de las epístolas y evangelios, la oblación del pan y del vino, el prefacio, el Sanctus, el canon, el Pater, el ósculo de paz, etc. Los Apóstoles no determinaron todas las prescripciones litúrgicas, sino que ellos fijaron solamente los puntos fundamentales: y después cada siglo ha ido completando el ciclo litúrgico. Las prescripciones litúrgicas se conservaron durante los primeros siglos por medio de la Tradición.

Hasta nosotros han llegado ciertas colecciones antiguas de estas tradiciones, como las refundidas en la obra Constituciones Apostólicas, la cual si bien parece escrita a fines del siglo IV o a principios del V, contiene documentos litúrgicos antiquísimos, según opinión de eminentes liturgistas. La liturgia apostólica ha tomado en el transcurso de los siglos el nombre de liturgia romana porque ha sido conservada y constantemente acrecentada por los pontífices romanos 4.

Diversas clases de liturgias

Las liturgias se dividen en dos clases: las liturgias orientales y las liturgias occidentales.

Liturgias orientales

Las principales liturgias orientales son las siguientes:

1ª La Liturgia de Santiago, o de Jerusalén, atribuida a Santiago el Menor, que sirvió para formar las demás liturgias de Oriente. No es seguida hoy en día sino en la Iglesia de Jerusalén.

2ª La liturgia de San Marcos, o de Alejandría, muy antigua, desarrollada y completada por San Cirilo de Alejandría (siglo V). Fue seguida en Egipto hasta la época de los eutiquianos y después del concilio de Calcedonia, por los melquitas católicos hasta el siglo XI2I, época en que adoptaron la de Constantinopla 5.
3ª La liturgia de San Basilio, adoptada antiguamente con modificaciones por varias iglesias de Oriente.

4ª La liturgia de San Juan Crisóstomo o de Constantinopla 6, seguida en nuestros días en varios patriarcados de los griegos unidos y separados, y también, pero en lengua eslava o georgiana, entre los búlgaros, georgianos y rusos.

5ªLa liturgia de los Armenios, tomada en gran parte de la de San Juan Crisóstomo, y atribuida comúnmente, tal como existe hoy día, a Juan, patriarca armenio del siglo V. 6ª Las liturgia de los Maronitas, escrita en sirocaldeo, las cuales, aunque son catorce, no constituyen en el fondo sino una sola liturgia.

Liturgias occidentales

Las principales liturgias occidentales son las siguientes:

1ª La liturgia romana, cuyos orígenes se remontan a San Pedro, y cuyas compilaciones más antiguas se encuentran en los Sacramentarios. En la forma que los poseemos, estos libros se remontan respectivamente a los siglos VI-VIII.

2ª La liturgia ambrosiana, atribuida principalmente a San Ambrosio y seguida en la Iglesia de Milán.

3ª La liturgia mozárabe o gótica 7, compilada y completada por San Leandro y principalmente por San Isidoro su hermano, obispos ambos de Sevilla en los siglos VI y VII. Se asemejaba a la liturgia galicana. Se siguió en España hasta fines del siglo XI en que fue reemplazada por la liturgia romana, si bien aún se observa hoy día en una capilla de la catedral de Toledo y en otras 6 parroquias, por concesión del Papa Julio II hecha al cardenal Cisneros en 1508.

4ª La liturgia galicana, seguida en las Galias y otros países de Occidente hasta los reinados de Pipino y Carlomagno (siglos VIII y IX), quienes ordenaron, tanto para remediar abusos como por respeto a la Iglesia romana, que se tomase el sacramentario Gregoriano.

Esta liturgia fue, andando el tiempo, más o menos mezclada con nuevos ritos que dieron lugar a liturgias particulares. En 1568, el Papa San Pío V ordenó que se volviese a la unidad romana y no dejó subsistir sino las liturgias que contaban a la sazón 200 años de existencia. Pero en los siglos XVII y XVIII aparecieron en ciertas diócesis nuevas divergencias que dieron ocasión a que se perdiese el uso del privilegio concedido por San Pío V. En el pontificado de Pío IX fue cuando desapareció esta peligrosa disparidad y se efectuó la vuelta a la liturgia romana. Al presente sólo subsiste en Francia la liturgia de Lyon conservada parcialmente por indulto.

La liturgia que debe seguirse en Occidente es la liturgia romana, salvo concesión especial del Sumo Pontífice. En virtud de esta concesión, varias órdenes religiosas han conservado sus liturgias particulares, que tenían 200 años de existencia en la época en que San Pío V publicó su bula (dominicos y cartujos).
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1 Liturgia, del griego leiton, público; ergon, obra, función. Acto público.

2 Rúbrica, del latín rubrica, rojo. Se llaman así porque antiguamente se escribían, y suelen escribirse aún con tinta roja, para distinguirlas del texto.

3 Dz. 856.

4 Entre los pontífices romanos que más especialmente han trabajado, en el acrecentamiento y propagación de la liturgia, romana, se distinguen los siguientes:

SIGLO II. San Sixto I (119-128) ordenó que los vasos sagrados no fuesen tocados sino por los ministros, y confirmó el uso de cantar el Sanctus en la misa. San Telesforo (128-138) estableció la misa de media noche en Navidad, e introdujo el Gloria in excelsis en la misa. San Víctor I (186-200) fijó definitivamente en Domingo la celebración de la fiesta de la Pascua. SIGLO III. San Esteban I (253-257) prohibió a los sacerdotes y diáconos el servirse para usos comunes de los hábitos que usaban en el altar. San Félix I (269-274) recomendó celebrar el santo sacrificio sobre los sepulcros de los mártires. SIGLO IV. San Silvestre I (314-335) ordenó que el santo sacrificio fuese celebrado sobre un paño de lino, que el diácono estuviese revestido con la dalmática, y dio reglamentos para la consagración del santo crisma y para las ceremonias del bautismo que se debían suplir en los que habían recibido este sacramento en caso de enfermedad. San Dámaso I (366-384) compuso varios himnos en alabanza de los santos, y fijó las epístolas y evangelios del ciclo litúrgico. En su pontificado hizo San Jerónimo la traducción de los Libros Sagrados, llamada Vulgata. SIGLO V. San Celestino I (421-432) introdujo el Introito y el Gradual en el oficio de la misa. San León I (439-461) perece ser quien compuso varias piezas litúrgicas, que le han hecho atribuir el Sacramentario llamado leoniano; añadió al canon de la misa estas palabras: Sanctum sacrificium, immaculatam hostiam. San Gelasio I (492-496) es reputado por muy solícito por la liturgia, por lo que se le ha atribuido el Sacramentario que lleva su nombre, aunque no ha llegado hasta nosotros sino en forma más reciente. SIGLO VI. San Gregorio Magno (590-604) coordinó las oraciones y ritos instituidos por sus predecesores, les dio una forma que en muchos puntos no ha variado y se ha conservado hasta nuestros días; fijó las estaciones de las basílicas de Roma; mejoró el canto litúrgico, que ha conservado su nombre; estableció que se dijera en la misa nueve veces Kyrie eleison y Christe eleison; y Alleluia todos los domingos, excepto desde Septuágesima hasta Pascua; añadió al canon de la Misa estas palabras: Diesque nostros in tua pace disponas, colocó el Pater inmediatamente después del canon y, finalmente, dejó en toda la liturgia la impresión duradera de su actividad. Hay que atribuirle también gran parte en la composición del Sacramentario que lleva su nombre. SIGLO VII. San León II (682-683) reguló la salmodia y reformo el canto eclesiástico. San Sergio I (687-701) introdujo el Agnus Dei. SIGLO VIII. Esteban III empezó a introducir la liturgia romana en Francia, a donde envió doce chantres para que enseñasen las tradiciones del canto gregoriano y las ceremonias romanas. Adriano I (772-795) restableció la pureza de las melodías gregorianas y estableció dos escuelas de canto, una en Metz y otra en Soissons. SIGLO IX. Adriano II (867-872) prescribió que se cantase en las misas solemnes una prosa o secuencia antes del Evangelio. SIGLO XI. Benedicto VIII (1012-1024) aprobó y patrocinó el método de notación de Guido de Arezzo. San Gregorio VII (1073-1085) introdujo la liturgia romana en España, estableció el número y el orden de los salmos, lecciones y responsos del oficio canónico. SIGLO XIII. Urbano IV (1261-1264) estableció la fiesta del Santísimo Sacramento cuyo oficio fue compuesto por Santo Tomás de Aquino. SIGLO XIV. Juan XXII (1316-1334) salvó el canto litúrgico amenazado de total ruina por el discante, o sea, por un canto a varias voces siguiendo los modos gregorianos y que tendía a absorber y a hacer desaparecer totalmente, por raras y caprichosas inflexiones la majestad y suavidad de las piezas antiguas. SIGLO XVI. A raíz de la invención de la imprenta, se hizo una revisión y ediciones correctas de todos los libros litúrgicos. Los Papas trabajaron con actividad en esta obra, que los Padres del Concilio de Trento no pudieron sino ordenar y comenzar. Entonces fue cuando aparecieron en su forma casi definitiva las rúbricas del misal y del pontifical, arregladas durante el gobierno de varios Pontífices por la solicitud de Burchard, maestro de ceremonias de los papas Sixto IV, Inocencio VIII y Alejandro VI. San Pío V (1566-1572) publicó el breviario y el misal conforme a los deseos de los Padres del concilio de Trento y los hizo obligatorios para la Iglesia universal y para toda orden religiosa cuyos libros litúrgicos no tuviesen 200 años de existencia. Gregorio XIII (1572-1585) publicó el martirologio. Sixto V (1585-1590) estableció la Congregación de Ritos. Clemente VIII (1592-1605) publicó el pontifical romano, el ceremonial de los obispos y dio a luz una nueva edición del misal romano. SIGLO XVII. Paulo V (1605-1621) publicó el ritual romano. SIGLO XVIII. Benedicto XIV (1740-1758) publicó una edición del martirologio y del ceremonial de los obispos. SIGLO XIX. Pío IX (1846 1878) restableció la unidad, obra en la que le ayudó poderosamente Don Guéranger, abad de Solesmes. León XIII (1878-1903) ordenó una nueva revisión de los libros litúrgicos de los que mandó publicar ediciones típicas. Por fin, San Pío X dio un Motu propio para extirpar los abusos que se habían introducido en el canto eclesiástico y reformó el breviario.

5 Los coptos, antiguos jacobitas (liturgia de Santiago el Menor), siguen en nuestros días la liturgia de San Marcos, escrita no en griego, sitio en árabe, después de haberlo sido en egipcio.

6 Esta liturgia considerada como de tradición apostólica llevó hasta el siglo VI el nombre de Liturgia de los Apóstoles.

7 Liturgia mozárabe. Se llama gótica porque aunque de tradición apostólica, fue notablemente aumentada por los Padres de la Iglesia visigoda; y mozárabe porque después de la invasión de los árabes la observaron no sólo los cristianos independientes sino también los que vivían bajo la dominación de los árabes, que, por eso se llamaban morázabes: de mixti arábibus, myxtárabes, cristianos mezclados con los árabes, y por corrupción, mozárabes.

8 Y también se suele incluir en el número de estos libros el ceremonial de los obispos, que contiene las ceremonias que deben observarse en las catedrales y colegiatas, y en parte en las demás iglesias.
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(*) Edición digital de Stat Veritas ,Textos compilados y corregidos por el R.P. Jesús Mestre Roc,
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CURSO DE LITURGIA II




Libros litúrgicos

Los principales libros de la liturgia romana son los siguientes: el misal, el breviario, el ritual, el pontifical, y el martirologio 8.

El misal encierra las oraciones y ceremonias de la misa. El misal romano actual fue corregido y publicado sucesivamente, conforme a los decretos del Concilio de Trento, por San Pío V.

El breviario 9 contiene el oficio divino que deben rezar cada día en nombre de la Iglesia todos los que han recibido las órdenes sagradas. El breviario comprende ordinariamente 2 tomos, cada uno de los cuales contiene el salterio repartido entre los días de la semana y combinado con el ordinario del tiempo y del santoral 10. El salterio constituye el corazón del breviario.

El ritual 11 contiene los ritos sagrados de los sacramentos y de otras funciones eclesiásticas. El ritual romano actual fue publicado por el Papa Pablo V (1614).

El pontifical encierra las ceremonias reservadas a los obispos, como la consagración de los santos óleos, la de iglesias, altares, vasos sagrados, la administración de los sacramentos de la confirmación y orden, etc.

El martirologio 12 encierra el catálogo y elogio de los santos de quienes cada día hace memoria la Iglesia. De origen muy remoto, este libro fue publicado sucesivamente con las debidas correcciones hechas por los Sumos Pontífices. En cada canonización se hacen las adiciones necesarias.

Estos libros están escritos en lengua latina con los fines siguientes: 1º preservar la liturgia de las variaciones que con tanta frecuencia se producen en las lenguas vivas; 2º afianzar la unidad y perpetuidad de la fe católica. Los fieles tienen para su uso libros escritos en lengua vulgar, extractados de los precedentes, llamados misal para los fieles, devocionarios, etc. Deben estar aprobados por los obispos. Hay también para los cantores, libros de oficio con el canto notado, los cuales se dividen ordinariamente en dos partes: el gradual para la misa, y el vesperal o antifonario para los oficios de la tarde.

Canto litúrgico
La forma más expresa de la lengua litúrgica es el canto ejecutado por el clero y el pueblo. Este canto en la liturgia es muy antiguo, aunque no existe ningún monumento que nos indique en qué época se introdujo el canto en los divinos oficios; pero los dos Testamentos nos lo muestran usado ya desde la más remota antigüedad.
El Antiguo Testamento nos ofrece de ello como vestigios que tan pronto como los judíos estuvieron reunidos en cuerpo de nación y el culto hubo tomado forma oficial, celebraron con cantos las alabanzas de su Criador y Libertador. Los Sagrados Libros nos han conservado los cánticos inspirados de Moisés, Débora, Ana (madre de Samuel), David, Ezequías, Habacuc, Isaías, Judit, los tres jóvenes hebreos y otros de varios profetas. David compuso salmos y estableció un coro de cuatro mil cantores o músicos, para que alabasen a Dios delante del Tabernáculo, uso que Salomón, su hijo, estableció también en el templo de Jerusalén. A la vuelta de la cautividad, Esdras restableció el canto en las ceremonias religiosas.
El canto en la Iglesia fue establecido por el Salvador y los Apóstoles, pues dice San Agustín que ellos nos dieron el ejemplo y el precepto de la salmodia y de los cantos religiosos 13.

El canto litúrgico en los principios de la Iglesia no era sino una salmodia cuyas modulaciones fueron tomadas de los hebreos, los griegos y los romanos.

Posteriormente fue desarrollado y perfeccionado por los mayores Santos y mejores ingenios de la Iglesia católica: por San Atanasio, San Dámaso, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Gelasio, San Gregorio Magno y Santo Tomás de Aquino. Entre estos santos, los que mayor parte tuvieron en la obra del canto litúrgico fueron principalmente San Ambrosio y San Gregorio Magno.

San Ambrosio recogió las melodías antiguas y las ordenó con método; reguló además, el canto de los salmos y compuso muchos himnos. Su canto, llamado canto ambrosiano, fue seguido durante siglos.

San Gregorio, verdadero creador del canto litúrgico, completó la obra de San Ambrosio, concertó las melodías antiguas con las reglas de la armonía y disponiéndolas según las exigencias del oficio divino, de suerte que Benedicto XIV pudo decir con razón: «El canto de la Iglesia es el canto gregoriano».

Los caracteres del canto gregoriano son los siguientes:

1º Es sencillo y de fácil ejecución. Es un canto verdaderamente popular 14.

2º Es sobrio y modesto y realza la expresión de las palabras sin cubrirlas, ahogarlas ni desnaturalizarlas jamás.

3º Está lleno de dulzura, suavidad y piedad 15.

Para difundir el canto litúrgico San Gregorio Magno coleccionó las diversas melodías en su antifonario y estableció en Roma, en su propio palacio, una escuela de canto, que con justicia llegó a ser célebre 16. Sus sucesores enviaron maestros de canto a las diversas regiones de Europa: San Agatón a Inglaterra, San Gregorio II a Alemania, y Adriano I a Francia.
Más tarde, el canto litúrgico se ha visto varias veces amenazado por el peligro de la invasión de la música mundana, de la que ha sido constantemente protegido y salvado por los Pontífices romanos. En el siglo XIV, por Juan XXII, quien proscribió el discante, y no toleró sino algunos acordes a la melodía, por ejemplo, el de octava, quinta, cuarta y otros semejantes, pero de tal modo que no sufriese menoscabo la integridad del canto. En el siglo XVI por los Padres del Concilio de Trento, quienes prohibieron «toda música mundana, ya de voz, ya de órgano» y ordenaron «que cuando se creasen los seminarios, los clérigos jóvenes fuesen iniciados en el estudio del canto eclesiástico» 17. Desde entonces, la Congregación de Ritos ha dado varios reglamentos relativos al canto litúrgico y a la música religiosa. San Pío X dio un Motu propio que es una breve exposición de los principios que regulan la música sagrada, y un compendio de las principales prescripciones de la Iglesia contra los abusos que se cometen en esta materia, por lo que puede ser considerado como el Código jurídico de la música sagrada.

NOTAS:

9 Breviario, del latín breviarium: compendio; así llamado bien por ser una colección compendiada, un sumario de lo más instructivo y conmovedor que encierran la Sagrada Escritura y la Tradición; bien porque el oficio divino fue considerablemente abreviado en tiempo de San Gregorio VII.

10 Hasta San Pío X se solía dividir en 4 tomos, distribuyendo el propio del Oficio según las cuatro estaciones del año.

11 Ritual, del latín ritualis, de ritus, regla establecida por la orden tal servicio eclesiástico.

12 Martirologio, de las palabras griegas marturôn logos, alabanza de los mártires.

13 «Hace 19 siglos que la Iglesia no ha cesado de cantar, y así continuará hasta el fin del mundo, pues el canto no es para ella un pasatiempo ni un placer para ella o para los demás; es un deber, un deber constantemente prescrito y constantemente cumplido; es el acento regular de su lenguaje y una de las fórmulas de su culto. Se cantaba en las catacumbas, se ha cantado en los cadalsos, se ha cantado en torno de los féretros, y nunca se cantará con un corazón tan alegre como cuando sobre las ruinas amontonadas por el Anticristo se levanten los ojos hacia el oriente para saludar la venida de la última y total redención» (Mons. Gay, Virtudes cristianas, II).

16 San Gregorio enseñaba por sí mismo el canto y mucho tiempo después de su muerte se mostraba en Roma la cama sobre la cual, retenido por la gota, daba las lecciones de canto.
17 Sesión 23, cap. 18.

18 Se entiende por lugares teológicos, las fuentes en que los teólogos pueden tomar argumentos para fundamentar sus doctrinas o refutar las de los contrarios.

19 Sesión 6, cap. 11.